La vida es clara, undívaga y abierta como un mar

Por en julio 8, 2018

Columna de opinión  por: Juan Carlos López Castrillón

El pasado viernes despedimos en Popayán a un hombre auténtico, a un luchador, a un romántico que a sus 90 años seguía recitando con entusiasmo la Canción de la Vida Profunda de Porfirio Barba Jacob, para ratificar que «la vida es clara, undívaga y abierta como un mar».

Hablo de Hernando Pérez Varona, quien se nos fue de esta vida como los buenos barcos, «con todas las luces encendidas».

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Su partida me ha llevado a reflexionar sobre esa generación de dirigentes que – por razones naturales – ya han desaparecido. Eran personas signadas por otros valores, que defendían ideales y que ejercían la política sin calcular rentabilidad personal.

Hablar del “Flaco Pérez”, como cariñosamente le llamábamos, es entonces mirar hacia el pasado, es recordar a familiares y amigos que ya no están entre nosotros, a quienes les correspondió crecer en la Colombia anterior al conflicto armado, esa Colombia llena de limitaciones pero sin duda con mucha gente buena.
Esa fue la generación de nuestros padres y abuelos, que dejaron las bases de lo que hoy somos como sociedad. No dejo de preguntarme si la que nosotros estamos construyendo es mejor a la que ellos nos entregaron.

A Hernando lo conocí́ cuando siendo un adolescente ingresé a las juventudes liberales y “El Flaco” era referente por su fogosidad y compromiso; era un militante, le apasionaba lo que hacía, se entregaba a las causas y se gastó la vida como hay que gastársela, haciendo las cosas que le gustaban, a su manera, buscando ayudar siempre a las personas más necesitadas, era desprendido y sencillo, pero de mucho carácter.

Fue un hombre valiente. Muchas veces se quedó solo por custodiar una idea y lo vi sufrir las consecuencias; en eso también lo acompañé; como cuando iniciando los años 80 fundamos el Nuevo Liberalismo del Cauca, para seguir a un hombre superior, como lo fue Luis Carlos Galán, quién nos repitió hasta la saciedad que «en política no todo vale», por eso le segaron la vida.

En esa causa llegamos al Concejo de Popayán, ciudad que lo acogió como a un hijo cuando se bajó de un tren que lo trajo de Cali en 1947 y de donde nunca más saldría, pues encontró al amor de su vida, la adorable Ana Lucía Valencia, con quién ahora se ha reunido.

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Recuerdo sus debates en ese noble recinto en defensa de lo público, le dolían los nuevos y enormes problemas de una ciudad que acababa de ser destruida por el terremoto de 1983, preveía que después de eso jamás volvería a ser la misma, y así fue.

Fue ingeniero, profesor universitario, funcionario acrisolado, líder social y dirigente político, pero por encima de todo fue un excelente ser humano, un gran padre y un amigo incondicional.

Se lo recordará como un gran profesional, decenas de vías en el Cauca podrían llevar su nombre, porque aquí́ – y como en el poema de Miguel Hernández – ayudó a hacer camino al andar.

Le sobreviven sus cuatro hijos: María Fernanda, Ana Luz, Adriana y Hernando Alfonso, a quienes al abrazarlos hoy, les digo que ya llevan adelantada buena parte de la tarea que Hernando les encomendó, la de perpetuar en sus hijos, nietos y sobrinos el amor por esta tierra recia y exigente.

Debo terminar citándole al Flaco el último verso del poema que tanto le gustaba y que ahora en su partida es más propicio que nunca:

Más hay también ¡Oh Tierra! un día… un día… un día…
En que levamos anclas para jamás volver…
Un día en que discurren vientos ineluctables
¡Un día en que ya nadie nos puede retener!

Querido Hernando, ese día llegó, te estuvimos acompañando a levar anclas, y mientras te alcanzamos, seguiremos recordándote por siempre cuando recitemos que la «vida es clara, undívaga y abierta como un mar». Buen viaje compañero.

Posdata: “El Flaquito” fue muy cercano a mi padre, especialmente en los últimos años, cuando se fueron quedando solos. Eran entrañables. Hace 21 meses mi padre murió́, pero entre todos se tomó la decisión de no contarle, pues ya tenía su salud muy quebrantada y no se quería que esa infausta noticia lo afectara. Se le dijo que “El Pollo” estaba en Bogotá́ de vacaciones, pero que pronto regresaría a visitarlo, y así, con esa expectativa, lo mantuvimos durante este tiempo. Me imagino la cara de sorpresa al encontrárselo en el paraíso.

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