Terrorismo e inseguridad

Por en enero 20, 2019

Opinión por: Juan Carlos López Castrillón

Más allá del rechazo que todos hacemos del cobarde acto terrorista del pasado jueves 17 de enero, contra la escuela General Santander de la Policía Nacional en Bogotá, es conveniente realizar un ejercicio sobre el impacto que este hecho va a tener en la política nacional y regional, especialmente en un año electoral como el que se ha iniciado.

Quiero citar un ejemplo que – aunque tiene otra dimensión – sirve para darle contexto a mi teoría. Me refiero al 11 de septiembre del año 2001, cuando el grupo extremista Al Qaeda derribó las Torres Gemelas de Nueva York y estrelló un avión en el Pentágono de Washington. Esos hechos cambiaron la política en el mundo y desencadenaron una serie de confrontaciones bélicas en diferentes países del medio oriente.

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La situación aludida es lejana y de otras proporciones, pero lo significante es que el espantoso evento contra los jóvenes policías en el sur de Bogotá, revive un par de elementos muy importantes – que han estado latentes pero adormilados – del imaginario colectivo de nuestra sociedad: el repudio y el miedo.

El repudio es generalizado, sin diferencia de partidos, movimientos o ideologías.
El atentado ha sido atribuido a la guerrilla del ELN, que al momento de escribir esta columna no se ha pronunciado sobre el hecho terrorista.

Si efectivamente la responsabilidad es de esa guerrilla, cerraron cualquier espacio político tanto a nivel nacional como internacional; también perdieron interlocución con el gobierno y la sociedad civil. Ese daño es de un calado muy profundo y los sitúa en una posición extrema, sin mayor margen de maniobra.

El otro elemento es el miedo, connatural a la existencia, al instinto de supervivencia. Quienes se dedican a estudiar los sentimientos afirman que es más poderoso que el amor o el odio. La gente con miedo se mueve más rápido, cambia sus prioridades, hace cosas que en otras circunstancias hubieran parecido imposibles; incluso puede aliarse con las fuerzas más distantes para combatir la fuente de ese miedo.

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Ahora, la política en términos generales necesita un contradictor, un enemigo, alguien a quién atacar, puede ser de carne y hueso o puede ser una sombra, un intangible. Incluso pueden ser varios “enemigos”; el orden de prioridades lo clasifica la mente y a ello ayudan los medios de comunicación y las redes sociales.

Ejemplos de «enemigo sombra» pueden ser la corrupción, sin nombres propios, sin responsables con rostro, solo usando el término como una generalidad; y el terrorismo, como una amenaza latente, algo que acecha, que puede ocurrir en el momento menos pensado.

Los dos son “taquilleros”; infortunadamente mucho más que la pobreza, que sí es un enemigo real, que existe, que lo vemos aunque a veces preferimos ignorarlo, que crece a costa del sufrimiento de los más vulnerables, que genera muchos otros problemas y que a veces justificamos atacando a sus víctimas.

En conclusión, Colombia es un país que produce hechos inesperados, como este triste y abominable ataque a la Policía, que en un día logran cambiar la perspectiva de sus prioridades, y obviamente todos cerramos filas para combatir el terrorismo. Nos da miedo, primero la vida.

En menor escala, algo parecido pasa actualmente en Popayán. La ola de atracos y robos de los últimos días ha obligado a las personas a hablar de seguridad ciudadana, cambiando la agenda del debate público.

Es normal, para el habitante de cualquier ciudad su seguridad y la de su familia son fundamentales, saber que puede ir tranquilo por las calles, tener la certeza de que su vida y su integridad están garantizadas en cualquier espacio que habite. Eso es primero y por ende los demás problemas pasan a un segundo plano.

Posdata: el dolor y el repudio que ha causado el miserable hecho terrorista del pasado jueves no debe utilizarse para atacar el proceso de paz con las FARC, al contrario, hay que respaldar la salida negociada de los conflictos y seguir construyendo la Colombia del posconflicto, para que un día lleguemos a ser ese país en el que solo nos morimos de viejos.

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