Rebranding

Por en septiembre 9, 2020

Por Adriana Collazos, Esq.

Siempre he dicho que para que Colombia tenga un futuro mejor, se debe empezar por pequeños pasos, tales como, la educación en los colegios y en la casa, principios básicos de historia para que los niños y adultos formen su propio criterio y tengan herramientas para buscar la información. Además, es indispensable el uso apropiado y la aplicación de la “coherencia social” y otras herramientas para acceder al campo laboral y tener el juicio político adecuado al momento de elegir. Sin embargo, la coherencia social es un concepto que aún está en período de gestación y, por ende, se debe ser cuidadoso para obtenerla.

La coherencia social debe ser el objetivo de toda sociedad para que el conglomerado use adecuadamente los diversos conceptos y nombres de las cosas, y para que no seamos violentos los unos con los otros a raíz de las diversas posturas políticas. Si se es coherente, se actúa coherente, y se obtiene un resultado coherente, y de acuerdo con las expectativas de todos aquellos que trabajamos para serlo dentro de una democracia.

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No estoy de acuerdo con varios procesos de paz que ha llevado a cabo el Estado colombiano, pero el proceso de paz con las FARC, es con el que menos he estado de acuerdo. En él sucedieron cosas insólitas como, por ejemplo, el plebiscito del 2016 en el que la mayoría de la población votante expresó al presidente de aquel entonces, que no estaba de acuerdo con el articulado de paz de la Habana. Sin embargo, el acuerdo al que habrían llegado las partes, fue firmado por Juan Manuel Santos y el grupo guerrillero, dejando de lado lo expresado en las urnas. Las razones, sean democráticas o no, son tela de otra discusión.

Pero regresando a la coherencia social, las FARC llegaron al Congreso de la República, reciben café en las mismas tazas de otras altas dignidades de Colombia; van a los baños con los presidentes, expresidentes, senadores, representantes, directivos y asesores de los despachos del Congreso; viven en casas grandes, con balcones amplios, tienen una justicia especial y un juez a su medida, y no pagan un día de cárcel. Además, los que no son directivos, reciben una mesada mensual de los bolsillos de los colombianos. El dinero que tenían como el tercer grupo terrorista más rico del mundo en el año 2014, según la revista Forbes, nadie lo vio jamás, y las víctimas solo recibieron aproximadamente 3.000 millones de pesos de conformidad con lo dicho por el Gobierno hace pocos días. Algo de eso les debió quedar libre, de ahí que sus hijos pasean en yate por diversos mares, van a las mejores universidades del mundo, o dan paseos en góndolas por Venecia. Los congresistas FARC, al igual que otros que también son el resultado de procesos de paz, visten piezas de las mejores marcas y andan con maletas Louis Vuitton, pero eso sí, defienden la causa marxista-leninista. Sin embargo, eso es tema de otra discusión, y la intención no es pasar por una persona egoísta y mezquina con el hecho de que otros puedan tener lujos, sino por  la coherencia en el discurso y en la realidad. Otra cereza para el pastel que el pueblo consciente debe comer y masticar.  

Haciéndose los de la vista gorda, pero guardando la tan estimada coherencia, Colombia ya desayunó, almorzó y comió esas noticias desde hace tiempo; el río pesado y caudaloso pasó por debajo del puente, y algunos crímenes se podrían perdonar, aunque no olvidar. Algunos… Hay cosas que no se pueden echar para atrás por los daños y efectos que traerían, y algunas se deben asumir como ciertas, aunque nuestra versión de democracia ideal sea distinta. Solo la justicia especial, particularmente el órgano ineficiente y politizado de la JEP que anualmente le cuesta al país miles de millones de pesos, y los crímenes contra los niños y niñas, son lo que algunos colombianos aún no aceptan. Luego de analizar todo lo que Colombia le ha entregado al partido FARC, este debería darse por bien servido y los colombianos que quieran, deberían poder manifestar su desacuerdo con la existencia de la JEP. Sin embargo, nuevamente les digo, es tela de otra discusión.

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Ahora bien, pasando las páginas sangrientas y dolorosas de esta historia, Colombia debe ser coherente y es por eso que, en búsqueda de la coherencia, las FARC tiene ahora como partido político, responsabilidades con sus conciudadanos. Es decir, deben actuar dentro de la legalidad y, siendo coherentes con la sociedad, no deberían continuar con el mismo nombre que un movimiento vigente y criminal. Algunos de los miembros de las FARC han transitado a la «legalidad» por caminos estrechos y dudosos, pero lo han hecho; y otros en cambio, se convirtieron en disidentes del partido y continúan su guerra, porque de acuerdo con sus propias palabras, publicadas en diversos artículos y videos que son de conocimiento público, el movimiento criminal FARC sigue vivo. Una incoherencia que Colombia como país requiere modificar y no puede aceptar.

El movimiento criminal FARC sigue tan vivo, que los disidentes del partido delinquen desde el monte, reclutan a menores, secuestran personas, mandan panfletos y mensajes por video, llevan a cabo masacres y continúan negociando con coca. Tal y como lo han demostrado los diversos bloques que parecen estar aún muy vigentes, tal y como se hacía antes de que se firmará la tan esperada “paz” del Nobel Santos. No es justo ni coherente para Colombia, que el nombre de un partido lleve el nombre de una guerrilla viva que ha ensangrentado al país durante décadas.

Es que el nombre FARC aún es usado por todos los disidentes y esto no puede ser posible ni tiene cabida en una Colombia coherente. Como a los disidentes no se les puede exigir nada porque viven en la ilegalidad, se les debe poner de presente a los miembros del partido FARC, que se suponen reinsertados a la legalidad y a la sociedad, un cambio de nombre.    

Primero, porque mantener el nombre de FARC es un hecho revictimizante que da muy mala imagen a los miembros del partido, y trae consigo la historia sangrienta de más de décadas de crímenes y vejámenes. No solo eso, sino que además tiene el nombre de Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – FARC, haciendo alusión a que ahora tenemos un partido que anda armado, paralelamente al Estado colombiano, y no deja claridad de si estamos pagando impuestos para que un grupo guerrillero tenga su mano armada en el Congreso de la República. Finalmente, y lo que más nos debe mover, es la falta de contabilidad y adjudicación de los crímenes cometidos, posteriores al año 2016.

La realidad, es que nos vemos enfrentados a crímenes que muchas veces, periodistas, miembros del Gobierno y personas del común, no saben a quién adjudicar o no pueden hacerlo. Lo anterior, pues hay algo en sus cabezas que tiende hacia la coherencia y les indica que si llaman FARC a los criminales actores de un hecho punible, pueden generar confusión en la población, con respecto a los miembros del partido FARC, de acuerdo a la normatividad, reinsertados. La consecuencia de esa tendencia coherente, es la incoherencia de todos los receptores de dicha información, es decir, sí, nos confunden.

Colombia, para empezar, merece que sus directivos políticos, sean los que sean, tengan por lo menos un nombre que los identifique sin la historia sangrienta que el país ha vivido por décadas y décadas, tal y como lo hizo el M19 en su época guerrillera. Colombia además, necesita poder tener una contabilidad clara de los crímenes cometidos por los diversos grupos criminales, y no difusa; requiere saber si el país ha mejorado en su situación de seguridad, o si somos lo mismo, y más importante aún, quiénes son los autores de los crímenes.

Conforme a lo anterior, Colombia y sus víctimas requieren del partido FARC, un verdadero cambio de marca; o como le llaman los abogados, un verdadero rebranding. Todas las empresas lo hacen cuando tienen problemas con su marca, y los partidos lo hacen cuando, por ejemplo, se han visto enfrentados al robo del nombre del mismo. Es decir, no es nada nuevo ni sacado de los cabellos de San Pedro, simplemente es una necesidad por el respeto de los colombianos y de las víctimas.  

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