Otra vez la reforma política

Por en octubre 7, 2018

Columna de opinión por: Juan Carlos López Castrillón

Por enésima vez en este país se vuelve a hablar de la necesidad de una «reforma política», sobre la cual el Gobierno Nacional ha realizado un buen ejercicio de concertación, logrando avanzar esta semana con el primero de los ocho debates que se requieren para sacarla adelante.

Así pues, vale la pena repasar los cinco ejes de la misma y algunas implicaciones iniciales que tendrían a partir del año entrante. Uno, el hecho de pasar a listas cerradas para la elección de concejos municipales y asambleas departamentales en el 2019, y luego aplicar el mismo mecanismo para el Congreso a partir del 2022, representa sin lugar a duda un gran avance para acabar con la compra directa e indirecta de votos, además de trasladar la total responsabilidad a los partidos sobre quienes son las personas que candidatiza y elige.

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El «pero» al punto en mención radica en el fortalecimiento que este procedimiento hace del bolígrafo de los directivos que escogen los candidatos, y en las dificultades para acceder a los renglones de preeminencia de los nuevos liderazgos. Una opción que puede subsanar lo que anoto, es institucionalizar las consultas internas para la selección de los candidatos que representarán a sus colectividades, y un buen escenario inaugural puede ser el año entrante, para que cada agrupación acuda al voto directo de los ciudadanos un tiempo antes de que se cierre la inscripción de candidatos y sean las personas comunes y corrientes quienes terminen haciendo el filtro y confeccionando las listas.

Dos, la mal llamada «cremallera» en las listas a corporaciones, que obligaría a que de tres candidatos uno sea mujer. Este es un medio paso adelante, pero se queda corto, pues sigue sin entenderse que a estas alturas del siglo 21 la proporción no sea paritaria. Es un tema pendiente para la discusión, que puede solucionarse en el transcurso de los siete debates que faltan, pero que requiere visibilidad y presión.

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Tres, la limitación de hacer parte por un máximo de tres periodos en las corporaciones de elección popular, tales como congresistas, diputados y concejales, genera una reflexión que parte de reconocer que es loable el propósito de querer evitar la perpetuidad de los legisladores. Sin embargo, bien podría pensarse que al aplicar esta norma indiscriminadamente caen revueltos en esa limitación, los buenos, los malos y los regulares. Unas por otras, es preferible correr el riesgo y que el recambio sea obligatorio.

Cuatro, se habla de nuevo sobre la financiación estatal de las campañas, punto diferenciador de la política que en la práctica es determinante. Falta ver el alcance de este artículo para saber si es un avance o un nuevo saludo a la bandera, señalando que lo cierto es que todos sabemos cómo se financian las elecciones y especialmente de dónde salen los recursos de quienes intentan permanecer en el poder, en forma directa o en cuerpo ajeno.

Cinco, la nueva autoridad electoral trae un elemento novedoso consistente en que los magistrados serían elegidos por una de las altas cortes, en lugar del Congreso de la República. Por lo menos y en principio, se elimina la tentación de seguir siendo esta una instancia altamente politizada, como lo es ahora. Queda pendiente algo y es la modernización de la Registraduría Nacional del Estado Civil. La democracia tiene un punto de quiebre en el sentido que, además de conseguir los votos hay que contarlos. Desde hace rato dicen que «el que escruta gana».

Todo lo bueno comentado con los avances de la mencionada reforma política, termina aterrizando en este punto y alrededor de él cabe preguntarnos si un proyecto con las consideraciones planteadas alcanza a ser la medida que se necesita para combatir el problema fundamental de la actual política: la corrupción, la cual permea todas las instancias con un eje transversal a todo: el manejo y abuso de los presupuestos oficiales, pero también llega hasta la entidad que maneja y certifica quién es el elegido. En fin, algo es algo, peor es nada.

Posdata: Confucio, el pensador y filósofo chino que existió hace 25 siglos, sentenció en una frase que se aplica todos los días, lo siguiente: «donde hay satisfacción no hay revoluciones».

Un político colombiano dijo hace 16 años «o cambiamos o nos cambian». Los últimos proyectos de reforma al sistema político han fracasado, quizá ello explica las pequeñas revoluciones que se vienen dando. Se agota el tiempo.

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