Nosotros los descendientes

Por en marzo 27, 2021

Por María Teresa Amaya Valdivieso

Los actuales habitantes de Popayán, dueños o no de haciendas, somos descendientes de aquellos pueblos indígenas que batallaron en defensa de sus territorios contra el invasor español. 

Pero también somos descendientes de esos españoles alucinados por la miseria, la religión y la codicia que buscaban aquí el futuro que no les ofrecía la península. En su confrontación, esta tierra vivió lo peor de la condición humana: violaciones, guerra sin cuartel, vejámenes de todo tipo, canibalismo, tortura y sacrificios humanos. 

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Hubo vencedores, gracias a la superioridad tecnológica, y vencidos, probablemente gracias a sus luchas intestinas. Orgullosamente planteo que de esa confrontación sangrienta surgió un Municipio de gente mestiza y triétnica, laboriosa, pacífica, estudiosa, la cual ha sustraído su terruño de los narcocultivos, y que ha acogido decenas de miles de desplazados después del terremoto y de la violencia de este siglo, sin discriminaciones y sin los medios suficientes.

La generación actual de payaneses reconstruyó de sus ruinas la ciudad después del terremoto de 1983, y restauró las casas de haciendas heredadas o compradas, aquellas que las guerras del siglo XIX habían dejado quebradas y semidestruidas, por haber financiado las gestas bolivarianas y las guerras civiles. 

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Con recursos limpios, frutos del trabajo y el esfuerzo, las empiezan ahora a posicionar como promisorios productos turísticos.

Y, ¡oh sorpresa!, solo ahora que son de nuevo funcionales y prometen ingresos para sus propietarios legítimos, aparecen terceros con falsas credenciales a reclamar lo que no hicieron en dos siglos de vida republicana, ni dos de vida colonial. ¿Las reclamarían si estuvieran todavía en ruinas? ¿Las reclamarían si estuvieran en coca, amapola o marihuana?

Es fácil venir a cosechar lo que el otro ha sembrado.

Si en Colombia las minorías cuentan con derechos constitucionales y legales y usufructúan nuestros impuestos, es bueno recordar que el marco jurídico también fija obligaciones para todos, y que la democracia es el Gobierno de las mayorías, no de las minorías. 

Si desconocemos el ordenamiento jurídico, sus reglas de juego y deslegitimizamos lo que hemos construido en estos últimos siglos, volveremos a la barbarie de hace quinientos años. A ciertas fuerzas oscuras esta parece ser la visión que las anima.

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