Monumentalidad & despilfarro

Por en enero 24, 2021

Por Álvaro Thomas Mosquera

Cuando culturalmente se consolida un símbolo (gustativo, olfativo, táctil, auditivo, conceptual, monumental), lo deseable sería que arrancase un proceso de actualización de su significado. Lo ideal, en consecuencia, sería que los símbolos continua y conscientemente se resignificasen. Sin embargo, esto no ocurre oficialmente. 

La gente de a pie, en cada generación sin darse cuenta, si los resignifica, de tal forma que, cuando un significante (signo) pasa a significado (símbolo), debe entenderse que la cultura hegemónica ha lanzado un ancla para ancorar su nave a una determina versión histórica. Sin embargo, tarde o temprano (para lanzar la propia), otro ideario tratará de arrancar esa ancla o cortar su cadena. Y así sucesivamente (jale-tire-corte-jale-tire-corte-jale), hasta el fin de los tiempos. 

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¿Cómo entenderlo? Como en el cuento del personaje que quemó el sofá porque su amada le era infiel en ese mueble, es lícito inferir que nos es más fácil prender hogueras; disparar contra el diferente; machetear páramos para extender negocios; pisotear derechos; bloquear vías; tarifar secuestros; quemar iglesias; violentar santuarios; dinamitar haciendas; incinerar transportes; embadurnar fachadas y defenestrar estatuas que, sin excluir, esforzarse por entender el comportamiento de esas mujeres del sofá, el porqué de las diferencias, la importancia de las cunas del agua, la trascendentalidad de lo correcto, el significado actual de esos monumentos, la sacralidad de esos espacios, la pesadilla que acompañará toda la vida al secuestrado, el derecho inalienable a la movilidad, lo patrimonial de esos encalados paramentos, el valor social de aquellas lecherías, sembrados, imágenes y el de todo ese repertorio de placas, bustos, estatuas y enmarmolados hitos, que inundan nuestra memoria ahora urbanizada. 

Como primero es lunes que martes, si hoy la coyuntura pasa por resignificar monumentos, ha llegado el momento de enrocar la partida. Tornar visibles aquellos que de verdad sí son monumentales monumentos. Esos que todos (sin distingo de etnia, paisanaje, nacionalidad, pinta, popularidad, sexo, edad, talla, ideología, educación, lengua, ciudadanía, capital o creencia), disciplinada y cotidianamente alimentamos. 

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Porque hay monumentos, aunque usted no lo crea, que a todos representan y crecen y crecen entre más nos compromete la banalidad espectacular del despilfarro: Si se explora el sentido de los “rellenos sanitarios” (re-llenos monumentales, aunque no sanitarios), privatizados y alejados para poder inflar el CVY por el trasporte, nos topamos con millones de toneladas de residuos (necesarios y absurdos), donados al olvido. Monumentales acumulaciones de recuerdos lunares; de diciembres festivos o sangrientos; de signos que no tuvieron tiempo para volverse símbolos; de casquillos de armas que dispararon y terminaron justificando una justicia injusta; de condones que alejaron la vida; de restos de abortos legalizados que la truncaron; de vistosos disfraces, empaques, pañales y propagandas de lo útil e inútil; de banderas que invitaban a la desobediencia, junto a plegables (bellamente editados), que pedían obediencia a ofertas de tentadoras prendas importadas: zapatos, correas, relojes y autos de alta gama. En fin, con miles de toneladas sobre toneladas de cuánto alimento no consumido, recurso indispensable, utilidad inducida, empaque innecesario, obsolescencia programada, decorado coyuntural, abalorio banal o de jolgorio efímero, podamos llegar a imaginar. 

En ellos se demuestra, por residuo obviamente, que nuestros grandes y pequeños deseos han gustado el confort, mucho más que ayudar a sudar para garantizar el pan de quien no tiene. Tan urgente como re-significar símbolos sagrados o profanos (que lo es y siempre ha sucedido), sería pertinente empezar por re-significar esas metástasis (mensualmente saldadas), que esperamos permanezcan impersonales, lontanas e invisibles. Luego, podríamos pasar a torear esa faena, muchísimo menor (aunque mass-espectacular), con las estatuas. 

En esas monumentales acumulaciones de residuos, se expresa nuestra verdadera ideología, ego, despiste, caudillismo, anarquía, desborde y pendejadas, pero también la angustia que pretende orientar nuestra andadura. En ellas está, diaria y disciplinadamente, todo nuestro aporte en rigurosas dosis personales. Nadie ha legalizado el despilfarro (se lo ha disfrazado de progreso), pero ahí el absurdo se esconde, comprime y nos aplasta. Todos participamos. Nadie puede decir “soy inocente”. Los bogotanos hoy regalan al planeta 2.450.000 toneladas anuales para acrecer aquellos monumentos. Los caleños 760.000 toneladas. Popayán 80.340 toneladas, correspondientes a la cuota de 0.72 kilogramos por patojo y por día. 

Si algo expresan esas monumentales acumulaciones, es el descontrol de nuestra autonomía y un tácito mea culpa por controlar aquello en todos desbordado. Desde antes del parto, así y todo, tenemos un misterioso deseo de plenitud, sed de infinito y afán por lograr una vida cargada de sentido que resuelva la penumbra de sabernos finitos. No puedo resistir la tentación de concluir (en clave de dictador de clase, dada mi condición de maestro de Escuela) que, si algo evidencian esas placas, estatuas, pero sobre todo esa Monumentalidad al Despilfarro, es que abonamos una ideología basada en la ilusión de las postergaciones. En el encanto excluyente de la desconexión. En el afán de ocultar el error y manipular lo cierto. Por tanto, la explosiva evidencia de una política basada en la acumulación y no en el cuidado del cuidado

Lo ha demostrado este oportuno virus al evidenciar nuestra solidaridad, pero también al señalar nuestro comodísimo, fragilidad y contingencia. Hemos logrado crear la más moderna paradoja: generar las condiciones para desaparecer como especie, pero también las propias para reconocernos como especie. Todo lo anterior con el telón de fondo de otras tres de las más peligrosas contra vías: nunca se había sufrido tanta hambre en medio de tanto despilfarro de alimentos. Tanta pobreza en medio de tanta riqueza acumulada. Exigido tantos derechos y atendido tan poco los deberes. 

Si usamos como referente esas monumentales acumulaciones de residuos, se constataría que la pandemia del consumismo (profetismo engañoso, materialista y desacralizador, acunado en aquellas paradojas), es mucho más letal que la pandemia del COVID 19…y lo será aún más cuando se amarre con el calentamiento global que no da espera. 

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