Los pecados de los heliogábalos

Por en septiembre 23, 2018

Columna de opinión por: Juan Carlos López Castrillón

Un recuerdo lejano de mi infancia está asociado a la mesa y a una expresión de mis mayores cuando exclamaban: ¡Dios mío! ¡Este niño come como un heliogábalo! Desde entonces me ha costado mucho trabajo la pronunciación de ese latinismo, de poco uso, y cuya conexión inmediata está asociada al pecado capital menos dañino para los terceros: la gula.

Posteriormente, en clase de historia de segundo de bachillerato, me enteré que Heliogábalo fue un joven emperador de la antigua Roma, de origen sirio, que al coronarse fue llamado Marco Aurelio Antonino, famoso por sus excesos, de todo orden, sin excepción.

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Pasado algún tiempo después de haber sido asesinado a los 22 años, Marco Aurelio empezó a ser mencionado con ese sonoro nombre, que significa en hebreo «el de la montaña», y la palabra pasó a la posteridad como un sinónimo para denominar a una «persona dominada por la gula”.

Ahora, hablando de la gula, bien decía Santo Tomas de Aquino, que los pecados capitales se llaman así porque dan origen a otros y se crea una cadena que deriva en males mayores. Hay que tenerlos entonces en cuenta. Recordemos que adicionalmente al mencionado, están también la ira, la soberbia, la lujuria, la pereza, la envidia y la avaricia. Repito, es la lista de los pecados capitales, no la descripción de las “virtudes” de unos conocidos.

Con el tiempo, la gula pasó a tener otras connotaciones que fueron más allá de la comida y la bebida, mutando hacia renglones más específicos, como la de los garosos del poder y el dinero. Sobre esta categoría de heliogábalos es que quiero enfatizar el día de hoy.

El refranero dice que «Dios los cría y ellos se juntan», otros rematan diciendo que «Dios los cría y el viento los amontona». Lo que quiero rescatar de esta sabiduría popular es que los pares tienden a reunirse, por ello los heliogábalos del poder y del dinero también se juntan, o se amontonan, y crean instintivamente su propio círculo, para perdurar, y de paso procurar devorarse todo en forma más barata. Algunos denominan a esto “economía de escala”.

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Para lo siguiente que voy a decir debo utilizar el letrero de advertencia que sale antes de iniciar algunas películas o telenovelas: «cualquier parecido con la vida real es pura coincidencia».

Siempre me he preguntado por qué en las procesiones de la Semana Santa de Popayán, salen encadenados los mismísimos pecados capitales, representados como un dragón de seis cabezas (no siete) que va en el paso llamado La Muerte, que es el primero en el desfile sacro del Viernes Santo. En este paso se destaca también la figura de un ángel, que al mismo tiempo lleva encadenada a una calavera.

¿Será algún mensaje premonitorio que nos enviaron desde el siglo 18, a sabiendas de que «la procesión va por dentro», pero los pecados y procesos van por fuera?

Para terminar este “homenaje” a los amigos heliogábalos, los invito a que hagan un breve ejercicio mental e identifiquen a los suyos, a los que se mueven a su alrededor, los que quieren quedarse con todo, comerse todo, repetir siempre…

… Pero por favor no se dejen contaminar, pues las sagradas escrituras son sabias, es muy probable que de ese pecado de la gula se pase al de la pereza, de ahí al de la politiquería, de esta al de la soberbia y luego se dé el salto a los pecados mortales, donde empiezan a funcionar la Fiscalía y la Procuraduría.

La misma Biblia, que es tan sabia, sentencia desde el Génesis, cuando Adán cede ante la tentación de la manzana, que “el pez muere por la boca”, por ello me temo que los señores heliogábalos terminarán también muriendo por la boca, aunque se demoren un poquito, sino que lo diga el código penal.

Posdata: esta semana se nos fue un gran jurista y amigo, el Doctor Samuel Ernesto Constaín, ex decano y profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad del Cauca. Nos enseñó mucho. Paz en su tumba.

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