La condena del Nobel de la Paz

Por en junio 15, 2020

Por Adriana Collazos, Esq.

Hasta agosto de 2010, Colombia se había encaminado de nuevo hacia su libertad, crecía el respeto por las instituciones y las perspectivas de convertirse en un mejor país eran cada día más altas, pero llegaba la época de la oscuridad. Dos periodos presidenciales nefastos para el Estado y un Nobel de la Paz, dejaron una sociedad corrupta, políticamente fraccionada, sin valores, golpeada por tantos años de existencia de las guerrillas y con la realidad de un inesperado perdón a diversas prácticas temerarias de la guerra, como el secuestro, el reclutamiento y la violación de menores, bombas, genocidios y el narcotráfico. 

Colombia es una patria compleja, pero ojalá los académicos serios de este país se vean obligados a investigar sobre los hechos reales que han modelado el Estado, y no sobre las especulaciones de muchos, con las que se adornan algunos noticieros, periódicos, series mediocres y pasquines nacionales. Por los niños del país, las futuras generaciones y por el respeto a las víctimas, realmente se debería reconstruir la verdad. El Nobel de la paz nos dejó vagando por el sendero de la oscuridad y la estupidez colectiva, donde a pesar de gastar miles y miles de millones de pesos en información, pareciera que lo único que quedan son las mentiras de quienes, aunque no ganaron la guerra, están reescribiendo los libros de historia, borrando capítulos enteros y disfrazando a nuestros héroes de tiranos y a los villanos de salvadores de la patria.

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Se debe admitir que Colombia es un país infestado por la coca desde los años 70, y por esa misma época se convirtió en un crimen la comercialización y distribución de las  drogas. Las FARC, el ELN, las Bacrim, el EPL, los paramilitares y otros narcos, se lucraron con este negocio ilegal, que traía consigo toda la violencia que rodea a todas las mafias. Ciudades importantes como Cali y Medellín fueron conocidas por la cultura del narcotráfico en los años 80 y 90. 

Resulta entonces inverosímil que la sociedad culpe y desgarre verbalmente a un funcionario por cumplir funciones legalmente y por otorgarle un permiso al cuñado de un Representante a la Cámara, en aquella época, que después fue condenado por narcotráfico. También es ilógico que una persona por tener a un amigo, conocido, o familiar, igualmente condenado por narcotráfico, termine en el ojo de una investigación sin fundamento. Además y aunque no lo comparta, es admisible que un hijo de un exguerrillero se lance a una alcaldía o que un hijo de un paramilitar llegue a un puesto público. Todas esas personas sobre quienes ha recaído el juicio público últimamente, tienen la presunción de inocencia. Pero los dos gobiernos del Nobel de la Paz, dejaron un país partido en dos, absolutamente sesgado, fraccionado y que odia a su contrincante hasta verlo preso. En conclusión, dejaron un país incapaz de entender la diferencia entre lo legal y lo ilegal.

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Pero continuando con el tema antecedente, los países occidentales han sido claros en delimitar la responsabilidad penal al ámbito individual e intransferible. Es decir, no porque una persona tenga un pariente, conocido, amigo que termine siendo un narcotraficante, se asume que es un “criminal por asociación”. Pagar una fianza, dar la autorización para que compren un helicóptero cuando esas son funciones del cargo, hablar sobre el tema del narcotráfico o la compra de votos, son actividades dentro del marco de la legalidad y no crímenes infames, ni en Colombia, ni en ningún país de occidente. 

También es inverosímil que la misma sociedad que condena dichos hechos, pase por alto temas tan graves como la toma al Palacio de Justicia del M19, con fines de borrar los expedientes de Pablo Escobar; la masacre de Bojayá o la bomba del club el Nogal, y que perdone el reclutamiento de menores, y las violaciones y vejámenes sexuales a que fueron sometidas las víctimas de las FARC, como sucedió con el apresurado proceso de paz de nuestro Nobel. Esos, si son delitos tipificados en el código penal. Sin embargo, Colombia es tan laxa, que son iguales o peores los sesgos y dobles estándares de moralidad con que juzgan las cortes de nuestra nación. 

Y el Nobel de la Paz nos condenó entonces, no solo a la pobreza institucional de la justicia, sino a que el pueblo quedará absolutamente enfrentado dependiendo de su posición socio-política, a la corrupción, al desmembramiento de los valores fundamentales de cualquier sociedad, y a la defensa a capa y espada de las cosas que nos parecen fundamentales por twitter, pues al parecer la lentitud y falta de efectividad del sistema judicial hacen que cualquier pelea esté perdida desde el comienzo.  

Somos una sociedad corroída por la coca, la guerra, la corrupción y la pobreza. Esta sociedad pecadora, donde la mayoría de habitantes han sido mulas o narcos o políticos corruptos, o son hijos de todos los anteriores, o hermanos, o esposas, o primos, o conocidos, o amigos debe cambiar para redimirse y no hacer juicios de valor apresurados a personas inocentes que no han cometido delitos. Recuerden el pasaje de la biblia en el que Jesús salvó a una mujer y le gritó a todos los que la estaban apedreando, lo siguiente: «quien esté libre de culpa, que tire la primera piedra«. 

En respuesta a la condena que nos dejó el Nobel de la Paz como legado, Colombia debe ser muy inteligente, se debe transformar como sociedad, empezar a educarse a sí misma para entender los límites de la legalidad y la ilegalidad, para finalmente alcanzar una de sus metas y lograr ser un mejor país. Quizás tengamos un sueño por el que se deba luchar, un hijo, una familia, un futuro para nuestras generaciones venideras, el pan de cada día, un  sueño donde se repiense el viejo sistema. Mi sueño es tener un país transformado para empezar de nuevo.

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