Gol olímpico

Por en febrero 23, 2022

Por Carlos Jorge Collazos Alarcón 

Los fanáticos del fútbol tienen muy claro en qué consiste la jugada a la que popularmente se le llama gol olímpico. En pocas palabras, consiste en anotar gol desde el punto de la jugada de pelota quieta conocida como tiro de esquina.

El único gol olímpico oficialmente registrado que ha hecho la Selección Colombia es el anotado por Marco Coll hace 60 años en la copa mundial de Chile, el 3 de junio de 1962.

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Sin embargo, hay otro gol olímpico que, si bien no lo ha anotado la Selección Colombiana de Fútbol (y tanta falta nos hace), sí nos lo viene “metiendo” un sector de la población al resto de la sociedad, y hoy quiero explicar en qué consiste. 

Dada la actual coyuntura que se vive en el país, donde hay una encarnizada lucha por el poder político entre dos ideologías, he decidido hacer en esta ocasión un ejercicio didáctico, que me gusta denominar una descripción del arquetípico izquierdista colombiano. Sí, de ese que vive indignado por todo y por nada a la vez, arengando contra todo lo que huela a institucionalidad, pero que permanece impávido frente a los excecrables actos de los movimientos armados ilegales.

Siempre me ha causado una mezcla entre curiosidad, asombro, risa y rabia, la forma como el izquierdista promedio, ese típico (o arquetípico) exponente del mamertismo, posa, sí, léase bien, POSA, de intelectual. Armado con una retórica (que no dialéctica) impoluta, le encanta enrostrar estadísticas dramáticas sobre las maldades del capitalismo “salvaje y depredador” y del libre mercado.

Ama sentirse académicamente superior a los demás, por lo que cita incesantemente a varios premios nobel; pero curiosamente siempre a los mismos, pues solo le parecen dignos de su atención, aquellos académicos cuyo discurso se acomoda al suyo. Cuando se lo saca de esa zona de confort literaria, de esos dos o tres libros que tiene aprendidos tan de memoria como el credo, inmediatamente empieza a balbucear.

A sus ojos, todos los que no pensamos como él, somos presas de una ignorancia supina, tan grande que ni siquiera la poseemos sino que nos posee, pues supone automáticamente que lo que nos aqueja es una especie de analfabetismo, una falta dramática de lectura, al punto que se pregunta si será que sabemos siquiera leer.

Se escandaliza por cada una de las desgracias de la humanidad, por pequeñas que sean, pero guarda un silencio caradura frente a las atrocidades que se cometen en los “paraísos” socialistas, o aún peor, los normaliza, con frases como “en el resto del mundo también pasa”, o “ese fue un ensayo fallido; ese no es verdadero socialismo”.

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En Colombia, esa frase se ha traducido en un descarado “aquí estamos peor que en Venezuela desde hace 60 años”. Pocas mentiras más grandes, pero además, pocas mentiras más peligrosas. Con ella convencen a los incautos de esa falacia, que es, no solo peligrosa, sino irrespetuosa con nuestra sociedad y con nuestras instituciones.

Su bandera es la atribución de las desgracias de los estados socialistas a las sanciones políticas y económicas que impone Estados Unidos, pero, contradictoriamente, defienden a capa y espada el cierre de fronteras y el proteccionismo estatal a la economía nacional (cualquier parecido con el caballito de batalla de Gustavo Petro en la presente contienda electoral por la presidencia, no es ninguna coincidencia).

Irónicamente, grita y se desgañita en las calles hablando de la primacía del interés general sobre el particular y de la justicia social, pero, ay donde le toquen algunas de sus preciadas libertades individuales, pues nada, absolutamente nada, puede interferir con el “libre desarrollo de su personalidad”, porque el respeto de ese interés general aplica para los demás, pero curiosamente, no parece que aplique para él.

Es experto en desviar el debate a distintos puntos y temas, con tal de no dar una respuesta directa a las preguntas que chocan con su pseudo discurso, o que lo ponen en aprietos. Así es el izquierdoso promedio; guabinoso; resbaladizo; escurridizo.

Una de sus más deleznables características radica en que siempre compara los dos sistemas desde un axioma falso, pues compara el socialismo ideal con el capitalismo real, y no el socialismo real con el capitalismo real, cosa que justifica de un plumazo con una sencilla frase, cada vez que se le enrostra que cada uno de los ejercicios socialistas y comunistas en la historia ha tenido resultados desastrosos, pues sabe perfectamente que en ese punto pierde el debate: “Es que ese no era el verdadero socialismo; ese fue un socialismo mal aplicado. El verdadero socialismo, bien aplicado, hubiese dado resultado”. Para él, cada vez que ha fracasado el ejercicio comunista, se debe a una desnaturalización de la teoría en su aplicación.

Pero su peor cualidad, de lejos, es la instigación del odio de clases como herramienta, tal vez la única, de que disponen para lograr su cometido. Se valen de la mentira más grande de todas, diciendo a voz en cuello que todo aquel que tiene riqueza, la ha obtenido engañando, robando y pisoteando a los demás, que por ese mismo motivo, no tienen.

El peligro radica precisamente en que ese es precisamente el postulado principal de la lucha armada de los grupos de izquierda radical que durante tanto tiempo ha azotado a Colombia. Con ese caballito de batalla, se han sentido con autoridad para secuestrar, asesinar, masacrar, despojar y, claro está, traficar, pues cómo más se van a financiar, durante tantas décadas que ya el siglo no se ve tan lejano.

Mientras tanto, todo el que se atreva a controvertirlos es satanizado como “facho”, “violador de Derechos Humanos”, “insensible”, “falto de empatía”, y el infaltable “paraco”.

Así cualquiera. ¿Olímpico, no?

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