“De cara a las elecciones del 2018”

Por en febrero 11, 2017

Por Aura Isabel Olano

El 8 de febrero cuando el Fiscal General de la Nación, Néstor Humberto Martínez, en medio de una rueda de prensa soltó la bomba, según la cual a la campaña por la reelección presidencial del 2014 habrían entrado dineros de la corrupta empresa de infraestructura brasilera Odebrecht, de inmediato periodistas nacionales en sus alegatos de radio, redujeron ese grave caso y el de la campaña del ex candidato Óscar Iván Zuluaga, a un gran escándalo que tendría “consecuencias de cara a las elecciones de 2018”.

Qué forma tan simplista y politiquera de “analizar” esa tragedia que está viviendo nuestro país como es la corrupción que afecta directamente a una sociedad, la pauperiza, le niega servicios básicos, empleo, salud, educación, le arrebata el desarrollo, aumenta la desigualdad y la pobreza, socaba las bases de la institucionalidad y debilita la democracia.

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Pero solo se atina a pensar en el efecto que el escándalo tendrá en las próximas elecciones, mientras los ladrones que exhiben varias especializaciones de prestigiosas universidades, siguen enquistados en el Estado haciendo de las suyas y empobreciendo al país, mientras llenan sus putrefactos bolsillos.

No es un secreto para nadie que en Colombia han sido y son los contratistas, en particular de obras públicas, los que más aportan a las campañas políticas, ya sea para elegir presidente de la República, Congreso, gobernadores, alcaldes, diputados o concejales. En el Cauca, por ejemplo, siempre se ha sabido quiénes pagaban y pagan las campañas. Recordemos el antaño Plan Vial del Cauca.

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Contratistas venales no les dan dinero a un candidato y a su campaña por afinidad o simpatía ideológica. Sueltan los fajos con la seguridad de hacer una gran inversión que terminamos pagando los contribuyentes. Un mismo contratista aporta a varias campañas del tinte político que sea para ganar con cara y sello.

El soborno es un negocio redondo y las cuantías dependen de la opción del candidato, incluso de su ubicación en las encuestas, a mayor favorabilidad, más coimas. Entonces imaginemos cómo se moverán los intermediarios de la corrupción en las campañas presidenciales con maletines “gemeliados” que intercambian en lujosos hoteles y restaurantes ante la ceguera del beneficiario principal.

Como la corrupción se globalizó, vemos a empresas internacionales cargadas de dólares permeando conciencias, como la constructora Odebrecht que untó a personajes de las más altas esferas de la política y de los gobiernos de al menos 12 países, entre ellos Colombia.

Entre tanto y como liebres han saltado oportunistas aspirantes a la presidencia y al Congreso a enarbolar de manera airada las banderas contra la corrupción en la que están basando sus campañas. Obviamente esta coyuntura les llega como anillo al dedo. Esperemos a que su indignación no se quede en el mero discurso, en participación en programas de medios de comunicación y con unos cuantos votos de ciudadanos que confían en que realmente ayudarán a combatir el flagelo de la corrupción.

Que ciertos periodistas, modernos cortesanos, no se preocupen tanto por las próximas elecciones y por los ungidos, no manipulen a la opinión pública desde los micrófonos, sino que se comprometan con el país, con sus actuales y futuras generaciones, a las cuales los corruptos les están robando hasta los sueños.

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