Cordura

Por en mayo 18, 2017

Por Gloria Cepeda Vargas

Después de intenso debate, el proyecto presentado por la senadora liberal Viviane Morales, que propone modificar la Constitución mediante un Referendo para establecer quiénes tienen derecho a adoptar, argumentando la defensa del derecho de los niños a tener solo una familia configurada por padre y madre, se hundió en la Comisión Primera de la Cámara por veinte votos a favor.

No entiendo cómo una persona con suficiente experiencia política como la senadora Morales, se empeñe con tanta tozudez en tapar el sol con las manos. En Colombia, el resultado es desolador. Mujeres solas al frente de la prole, madres  que intentan alimentar y educar a los hijos cortando aquí y agregando allá en una lucha titánica donde el hombre brilla por su ausencia, frente a una sociedad anclada en creencias utópicas y nocivas, son el producto de este balance que si tuviéramos el valor de reconocerlo, otro gallo cantaría.

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 La delegada de la Procuraduría, Ángela Patricia Téllez, adujo que una familia “no es más que un concepto jurídico”. Podríamos afirmar también que es un sofisma o un eco tenazmente repetido por las organizaciones que se arrogan el derecho de poseer la única verdad.

Pero dejemos de lado tanto bla, bla y vayamos al grano. En primer lugar, preocupa constatar el mínimo espacio temporal y espacial que los bípedos humanos hemos recorrido. En un estado laico como  el nuestro –según reza la Constitución Política de la República de Colombia- no existen argumentos objetivos para oponerse a que un niño abandonado encuentre el cobijo, el pan, la educación y sobre todo el amor que necesita, sea cual fuere la orientación sexual o el estado civil de quien desea dárselos.

A fuerza de ver cómo el abandono erosiona el cuerpo y el alma de los niños colombianos, de mirarlos vendiendo baratijas o haciendo cabriolas en los semáforos, durmiendo a la intemperie, andando a la deriva, hundiéndose y sobreaguando como maderos secos. De tanto oler su desamparo, de hartarnos de indiferencia y complicidad frente a su destino, hacemos lo del avestruz y seguimos de largo.

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Nos conformamos entonces  con  repetir lo que oímos y defenderlo sin miramientos. El concepto de  familia tradicional que la doctora Morales iza contra viento y marea, no es más que un libreto, hijo como todos de las circunstancias y en muchos casos de esta moneda de dos caras que  utilizamos  indistintamente para comprar y vender.

Pero sucede que la familia tradicional no es un ayuntamiento de ángeles ni una aleación de metales compatibles. En este caso, los protagonistas son dos híbridos hechos de barro y  luz no siempre abastecidos para responder como deben. La reproducción humana es más comprometedora de lo que el instinto nos sopla al oído. Abundan los casos de padres violadores de sus hijos e hijas; fines de semana que parecen películas de horror donde el padre borracho golpea, insulta, asesina; madres crueles o irresponsables. Es decir, considerable porcentaje de familias nucleares con conductas tan aberrantes,  que solo podrían garantizar la reproducción de la especie.

Que hasta los más eruditos y lúcidos elementos humanos se debatan en un espacio de cuatro por cuatro sin intentar siquiera arañar las paredes, se debe a la soberbia humana. Idearios o mejor imaginarios ductores de la conducta social como las religiones y los poderosos bastiones económicos, fabricaron mitologías a la medida de las circunstancias, pero ya lo dijo Montaigne: “El hombre es cosa vana, variable y ondeante”. Cambió el escenario y con él la utilería y los parlamentos.

En un mundo que revienta por exceso de población y tambalea en una balanza social y económica absurdamente desequilibrada, donde el dinero y el poder son únicos sinónimos de éxito, un mundo de sexo caricaturizado hasta la extenuación o complicado hasta el delirio por pequeñeces hipertrofiadas, es inhumano negar a los niños que mueren de orfandad crónica, la contraprestación a que tienen derecho.

Que ellos constituyen prioridad suprema para el Estado y la sociedad, no debería discutirse. Entonces ubiquémonos reconociendo los distintos olores y sabores que tiene la verdad. Por los niños que tanto necesitan amañarse a este molde fabricado por el mundo adulto a la medida de sus intereses, intentémoslo. Tal vez así encontremos la pieza que le falta al rompecabezas.

 

 

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