¿La moral que todo lo cura (…)?

Por en noviembre 21, 2014

Por Mariana Arteaga Mejía (*)

La cannabis o marihuana, e incluso el té de coca, afloraron en las últimas semanas en el salón Guillermo León Valencia de la Comisión Primera del Senado de la República, dado el interés liberal por discutir el proyecto de ley por el cual se permitirá el uso médico de estas sustancias psicoactivas.

Pero delimitar el estudio del dolor a costa de la adicción o del acceso a paliativos a dolores que corroen la vida misma, y su tratamiento moral más que científico, resulta bastante difícil. Desde tiempos romanos encontramos indicios del grado de complejidad de la discusión, con la Ley Cornelius en el siglo I D.C., que nos da una lección sobre el trato objetivo entre lo moral y lo jurídico. Y es en esta dirección en la que surge un concierto de voces y posturas a favor del individualismo o prohibicionismo, como las de los premio nobel Friedman y García Márquez, de los ex presidentes Nixon, Cardoso, Gaviria y Zedillo; y las de personajes como Savater y Vargas Llosa.

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El núcleo central del problema de la prohibición esta hoy en que estas sustancias vedadas no son malas porque hagan daño por si mismas (al igual que otras drogas de abuso pueden generar adicción e interferir en la función cognitiva y motora, con consecuencias perjudiciales), sino que lo son por ser ilegales, asociándose más a decisiones políticas-económicas- geoestratégicas que a criterios científicos.

Desde una perspectiva social, el debate acerca de la potestad del Estado para dar a la sociedad una política alternativa al prohibicionismo es legítimo y vigente. El marco legal está desueto, las normas están fallando, lo que permitió que en el país aumentara el consumo de marihuana hasta un en 1% en los últimos cinco años. Entre tanto, en ese mismo tiempo bajó en un 4% el número de fumadores de tabaco, según se refleja en el Estudio Nacional de Consumo de Drogas de 2013. Sin embargo, como lo sugiere un artículo reciente de The New England journal of medicine, los efectos de una droga (legal o ilegal) en la salud de una persona, están determinados no solo por sus propiedades farmacológicas, sino también por su disponibilidad y aceptabilidad social.

Los colombianos no podemos ignorar que la culpa de los abusos no se encuentra en la sustancia en sí misma, sino en la falta de una política seria, integral de prevención del consumo y que se eduque adecuadamente sobre los beneficios y efectos nocivos. El uso del cannabis y su regulación deben partir de un proceso de concertación entre la justicia y la libertad, entre lo moral y lo jurídico. En ultimas, el problema no es del paciente que lo necesita, ni del médico que lo formula, el problema central es de quien regula y controla, que no solo se debería pensar, como lo hace el Centro Democrático, en que el Estado tenga el control total, sino también que provea otras herramientas salubres y un proceso educativo en torno al tema.

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