Drogadicción y revolución

Por en mayo 2, 2017

Temas de Universidad

Por Edgar Velásquez Rivera (*)

Algunas universidades colombianas se encuentran sitiadas por la droga. Tal fenómeno es visto por algunos como un “problema de salud pública”, para otros como una expresión del “libre desarrollo de la personalidad” y también hay quienes lo consideran “algo normal”. En este artículo trato de hacer una lectura política de la cuestión.

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En los estudiantes drogadictos, los expendedores de narcóticos tienen una clientela fija y actúan de manera segura, pues no están al inmediato alcance de las autoridades que los pudieran judicializar. Los estudiantes drogadictos (enfermos físicos y psicoemocionales) son, principalmente, esclavos. La mayoría aducen ser revolucionarios. Nada más lejos de serlo. Ninguna revolución popular ha triunfado de la mano del lumpen. Toda revolución social y política supone una revolución personal y, en el caso de los estudiantes drogadictos, estamos frente a unos entes alienados.

La alienación es el caldo de cultivo para que el capitalismo hegemónico, en todas sus manifestaciones, profundice la dominación integral. Es recurrente ver a estudiantes drogadictos abstraídos en la cultura y los valores foráneos, y con una ignorancia supina de lo propio. Su falta de argumentos, en ocasiones, la suplen las explosiones de las papas-bombas.

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El fenómeno de los narcóticos, tanto en su producción, como en su comercialización y consumo, le es inherente al capitalismo (principalmente). De ese modo, los estudiantes drogadictos son esclavos del capitalismo, no son revolucionarios, por el contrario, son eslabones de la cadena que fortalece y expande el imperialismo con sus guerras en todo el orbe.

Los estudiantes drogadictos deslegitiman las movilizaciones estudiantiles y están al servicio de la extrema derecha. Las distintas expresiones de las izquierdas con presencia en las universidades, las cuales alientan el conjunto del movimiento estudiantil universitario, deben entender que los drogadictos en sus toldas deslegitiman su lucha y, en consecuencia, poca receptividad tienen sus planteamientos en otras organizaciones de estirpe popular, en la perspectiva de sumar fuerzas hacia el logro de una sociedad libre, soberana y democrática. Drogadicción y revolución no son compatibles.

Los estudiantes drogadictos hacen parte de una generación perdida. Su rendimiento académico no siempre es el mejor. Son recurrentes los casos de estudiantes que permanecen hasta más de una década sin concluir de manera satisfactoria sus estudios de pregrado. Así, quienes se reclaman como revolucionarios, dilapidan el servicio público de la educación, contribuyen a que el costo de la educación sea elevado, obturan el ingreso de otros jóvenes a las universidades y, de contera, le entregan argumentos a la privatización.

Los estudiantes drogadictos, por los mismos efectos de su condición, y pese a que pregonan una supuesta revolución, que en nuestro medio podría iniciar por la defensa de lo público, adoptan posiciones antirrevolucionarias al creer, erradamente, que todo el entorno avala, justifica y acepta su consumo de narcóticos en los espacios universitarios. Los estudiantes drogadictos hacen parte de la generación de jóvenes que creen tener derechos y no deberes. En su lógica, tienen derecho a todo y no tienen ningún deber. En ellos, los revolucionarios sin causa abundan: son los que dañan los baños, las sillas, las puertas, los tableros, las paredes y los pisos y creen que de ese modo contribuyen hacen la revolución.

Los estudiantes drogadictos violan los derechos humanos de las demás personas que frecuentan las universidades, bien por razones de estudio o de trabajo. De manera concreta violan derechos humanos de primera, segunda y tercera generación, así como la Constitución Política de Colombia de 1991 y los reglamentos estudiantiles. Como si lo anterior no fuese grave de por sí, se mencionan casos en los que inducen, de manera deliberada y con arreglo a fines, a quienes se inician en la vida universitaria, en el consumo de narcóticos. Los estudiantes no drogadictos, pese a ser mayoría, están intimados unos; otros, guardan indiferencia cómplice. Lo mismo ocurre con los docentes y directivos que por demagogia o cobardía, se niegan a abordar la problemática, salvo ocasionales llamados de atención.

(*) Profesor Universidad del Cauca

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