Álvaro Garzón, en la biblioteca Rafael Maya que ayudó a enriquecer

Por en julio 5, 2018

Su vida ha estado ligada al libro.

Reportaje al humanista y artista caucano, Álvaro Garzón López, tomado de la revista Visión Comfacauca.

No hay escenario más propicio que una biblioteca para charlar con Álvaro Garzón López,  politólogo, pintor, guitarrista pero, sobre todo, amante de la lectura y de los libros, quien fue el arquitecto de las declaratorias de la Unesco que ostenta Popayán: Ciudad Creativa de la Gastronomía y sus procesiones recocidas como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

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Y qué mejor que la biblioteca Rafael Maya de Comfacauca que se benefició, a comienzos del siglo XXI, junto con la red de bibliotecas del Departamento, con una donación de libros gestionada por este payanés, en esa época director de Industrias Culturales de la Unesco.

Se trataba del envío de 20 mil volúmenes nuevos, que el director Administrativo de Comfacauca, Juan Cristóbal Velasco, no dudó en que se quedaran en las bibliotecas del Departamento. Sobre esta historia, su participación en la Ley del Libro cuando era director del Fondo para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe, además de otros interesantes temas, Visión Comfacauca dialogó con tan especial personaje, que así viviera en Francia por muchos años y luego en España, nunca ha dejado de servirle a su ciudad, en donde pasa largas temporadas. Tampoco olvida esos deliciosos años de infancia en La Vega, Cauca.

V.C. ¿Cómo se produjo esa importante donación de libros que ha sido aprovechada por miles de usuarios de las bibliotecas no solo de la Caja, sino de la red del Cauca?

A.G.L. En la Unesco teníamos un programa de dotación de bibliotecas en el mundo entero y los editores europeos fueron muy generosos; los franceses con libros en su lengua para los países francófonos del África; el Reino Unido con muchos libros en inglés para los países africanos anglófonos. No habíamos hecho el experimento con los editores españoles, entonces me pareció que podíamos averiguar qué tipo de libros nos podrían donar y, desde luego, pensé en Popayán como un proyecto piloto.

Era una donación, pero había que asumir el transporte que en ese momento costaba como 4.000 dólares. Vine a Popayán en el 2004 y estuve sondeando en la Gobernación del Cauca y en la Alcaldía, pero realmente la persona que me causó una gran impresión por su seriedad y por la manera como llevaba su entidad, fue el director de Comfacauca, Juan Cristóbal Velasco. Lo admiro, porque era yo un señor desconocido que venía a decirle que  gastara 4.000 dólares en una aventura. Le agradecí mucho que me creyera, y así fue como finalmente concretamos la traída del container con los libros de los editores españoles, quienes fueron muy generosos, los volúmenes eran nuevos y de gran utilidad. No solo se nutrieron las bibliotecas administradas por Comfacauca, sino la red de bibliotecas del Cauca. Para mí era un poco sorpresivo que una entidad como Comfacauca coordinara las bibliotecas, pero en buena hora ha sido así, porque lo ha hecho mejor que cualquier administración departamental o municipal.

DSC_0346_optEl politólogo Álvaro Garzón López, siendo director de Industrias Culturales de la Unesco, gestionó para las bibliotecas del Cauca la donación de 20 mil libros.

V.C. Visión Comfacauca quiso conversar con usted en esta biblioteca. ¿Qué siente estar rodeado de libros, muchos de ellos fruto de esa donación?

A.G.L. Realmente me da mucho gusto cuando vengo a las bibliotecas Rafael Maya y  Carlos Albán, incluso en los pueblos en donde la actividad cultural es más intensa de lo que uno cree, cuidan muy bien su biblioteca y se preocupan por tener un empleado municipal que sea promotor de cultura y guía de lectura.

V.C. El libro se ha transformado, mutado del papel a las tabletas y a otras plataformas. ¿Qué piensa al respecto?

A.G.L. Ha sido como una explosión en cuanto a la facilidad de acceso al texto. En donde ha causado muchos problemas es en el sector editorial, porque la base del libro es quien lo escribe. Un libro es bueno, no porque esté editado en un papel bonito y con tapa dura, sino por lo que dice. Lo más importante es el autor, y el nervio de la industria editorial es la propiedad intelectual, que a su vez tiene dos variables: el derecho de autor y la propiedad industrial. El derecho de autor tiene dos paticas, que son el derecho moral y el derecho patrimonial. El derecho moral es el que tiene el autor y que no puede cederle a nadie.

Los medios de comunicación vinieron a causar un enorme problema jurídico en los derechos de autor, porque el acceso y la difusión es tan masiva que se ha vuelto incontrolable, por lo que han tenido que modificar todas las convenciones entre autores y editores para poder ingresar el libro sobre soporte magnético y, claro, eso ha provocado una revolución.

Los sitios electrónicos que empezaron a vender libros, como Amazon, se han vuelto millonarios, porque a pesar de todo venden muchísimo. Hay en este momento una súper oferta de libros, sobre todo de literatura. La estructura de la industria editorial se ha planeado de tal manera, que se hace la edición en papel, como también la edición electrónica, y continúan ganando dinero. ¿Cómo? Es un misterio, nunca se han editado tantos libros en papel como ahora.

V.C. ¿Ha resucitado el libro en papel?

A.G.L. La muerte del libro la vaticinaron cuando salió el periódico; luego con el auge de la radio; ni se diga con el cine y la televisión. Por alguna razón el libro ha sobrevivido, quizás porque es el medio más interactivo, es mucho más que el audiovisual. ¿Por qué? Si tú y yo  leemos el mismo libro, tú tienes en la cabeza un libro y yo tengo, del mismo texto, otra cosa. Quizá ese es el secreto de que el libro sobre papel no haya muerto, además de los chiflados que seguimos buscando la belleza del texto, lo volvemos a leer, lo manoseamos para degustarlo, sobre todo de literatura y poesía. Creo que ese carácter interactivo del libro es el que lo ha preservado.

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DSC_0362 (1)_optLa vida de Álvaro Garzón López, ha estado ligada al libro.

V.C. ¿Tiene muchos volúmenes en sus bibliotecas de Madrid y Popayán?

A.G.L. Mi mujer en Madrid ya tenía en su apartamento una biblioteca enorme.

V.C. ¿O sea que cada uno aportó a la sociedad conyugal su patrimonio “editorial”?

A.G.L. Sí (risas). Tengo muchos, pero la parte de mi biblioteca que tiene libros raros y curiosos es la consagrada a la gastronomía. Ese no es mérito mío. Don José del Corral,  papá de Milagros, mi esposa, fundó la Real Academia de Gastronomía del reino de España, era historiador y cronista de la Villa de Madrid, tenía una biblioteca fabulosa; un poco antes de morir me dijo que me quería regalar su biblioteca de gastronomía, la cual metí en cajas de cartón y la traje a Popayán.

Las bibliotecas de consulta sobre determinados temas han disminuido mucho, porque ahí está el ‘libro Google’ que da pistas, pero no puede profundizar, cuenta el cuento resumido y a veces deformado, pero indica en dónde buscarlo. Eso ha reducido mucho las bibliotecas de consulta, pero hay estas maravillas de bibliotecas, como en la que estamos.

V.C. Su vida ha estado ligada al libro. ¿Desde cuándo?

A.G.L. Empecé a trabajar en la industria editorial en los años 70, estaba en el Ministerio de Educación Nacional y había que crear un centro para fomentar el libro, nada menos que en América Latina y el Caribe y no sabíamos nada de eso, pedimos un modelo en donde  hubiera ocurrido, no lo supieron dar. Nos tocó poner en el microscopio la industria editorial y mirar qué se movían dentro, eran cinco: autor, editor, impresor, librero y el campo de la lectura. Nos fuimos puerta a puerta preguntándoles en dónde les apretaba el zapato, contándoles que había un gobierno, el de Colombia, del presidente Misael Pastrana, deseoso de eliminar todas las barreras y de quitar los obstáculos para que la industria privada del libro tuviera más fluidez.

Cada gremio en los distintos países nos contó sus males y dolores. Luego hicimos que entre ellos se hablaran: el autor odiaba al editor, el editor al librero, etc., que se sentaran a conversar, que tuvieran la apariencia de un sector serio, porque el Gobierno les iba a preguntar qué querían y no podían estar peleando, sino señalar objetivamente cuáles eran los cuellos de botella de la industria. Claro, salió la protección de los derechos de autor, la libre importación de insumos para exportar libros, quitarle los impuestos a la renta y complementarios a los editores como sector privado durante unos años, lo que fue muy difícil. El Ministerio de Hacienda no quería ni oír hablar de eso, después resultó que era un buen negocio, porque los impuestos que se le cobraban a una industria raquítica eran muy pocos y los que cobraban por concepto de exportación eran importantes.

Colombia se convirtió en un exportador poderosísimo de libros y de servicios gráficos, lo que se vio a los cinco años. Sin embargo, en la Aduana e Impuestos se recibió con recelo  quitarle el gravamen a los libros. Hubo que hacerles entender que el libro no era una mercancía más, sino que tenía una función educativa. Afortunadamente, la voluntad política del presidente Pastrana era mucha, porque él tenía un compromiso con la Unesco. Cuando teníamos listo el proyecto de ley del libro para Colombia, él lo revisó y me preguntó: ¿Tú crees de verdad, que si esto lo aprueba el Congreso, el libro va a crecer? “Presidente, esto es un trabajo de laboratorio y no tenemos ejemplos a la vista, pero normalmente debería crecer, porque es como una operación de acupuntura, estamos tocando los puntos neurálgicos de la cadena y normalmente debería crecer”. Y así fue.

A los demás países de América Latina y el Caribe les quedó más fácil, porque decían llamen a Colombia. En 10 años de labor, prácticamente todos los países de América Latina habían adoptado leyes del libro y muchos se volvieron un emporio editorial.

DSC_0376_optEn la biblioteca Rafael Maya, Visión Comfacauca dialogó con Álvaro Garzón López, quien participó en la redacción de la Ley de derechos de Autor en Colombia.

V.C. ¿Usted participó en la redacción de la Ley de Derecho de Autor?

A.G.L. Se conformó un grupo pluridisciplinario para la elaboración de la Ley 6 de 1970, que es de corte económico, de incentivos y de exoneraciones, fundamental y necesaria para la educación. Es como el esqueleto, la explicación y la filosofía de todas las leyes del libro, pero a lo largo de los años se ha ido modificando, a veces es más generosa, otras no tanto, en ocasiones se rige por los tratados internacionales de comercio que tiene Colombia en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y de una pelea furibunda, que nadie ve, pero que existe en el mundo alrededor de lo que son las industrias culturales.

V.C. ¿Qué es lo que más le gusta leer?

A.G.L. En este momento literatura. La lengua, después del español, en la que puedo leer muy cómodamente, es el francés. Cuando voy a París, me la paso hurgando por ahí, me meto en las librerías de viejo que tienen unas sorpresas increíbles. En los muelles del río Sena hay una serie de puestos que ocupan cuadras y cuadras donde venden papeles, grabados, afiches, revistas y libros viejos, es una delicia; lo mismo sucede en Madrid en El Rastro; en Bogotá también existe un sitio donde se consiguen. Igualmente, hay que estar al día con lo que publican las nuevas estrellas de la literatura de Colombia, tenemos varios del Cauca en este momento.

V.C. ¿Del Cauca a quiénes destaca?

A.G.L. Están Juan Esteban Constaín, Juan Carlos Pino y Andrés Mauricio Muñoz. Después uno se da cuenta de que no le queda tanto tiempo para leer, porque hay que hacer otras cosas, yo pinto, entonces la pintura y la guitarra son como una especie de vicio, cuando hace rato que no pinto me pican los dedos, y cuando hace rato que no toco, también. Gracias a Dios tengo juguetes para entretenerme en la vejez.

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