La guerra por las mentes

Por en enero 26, 2022

Por Carlos Jorge Collazos Alarcón

Para nadie es un secreto que en Latinoamérica desde hace varias décadas se viene librando una batalla entre dos ideologías políticas, ni que en la coyuntura actual esta se ha agudizado, llegando a polarizar a la población de una forma insospechada. Colombia no es la excepción.

Evidentemente, estoy hablando de las tesis que desde la época de la revolución francesa se han denominado de derecha e izquierda, nombres que, por fines meramente didácticos o pedagógicos, seguiré usando.

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La primera pregona el absoluto respeto por las libertades individual y económica, así como por la propiedad privada y la autonomía de cada uno para desarrollar su proyecto de vida como le plazca, mientras no violente los derechos de sus congéneres, lo cual implica que las autoridades deben limitarse a velar por el imperio de la ley, es decir, porque todos respetemos las reglas de juego sin pisotear a los demás y a castigar a quienes no lo hacen.

A su turno, la segunda sostiene que el Estado debe intervenir en todos los aspectos de la vida del individuo, pues este pierde relevancia ante el grupo. En este sentido, el aparato público es un fin en sí mismo y no una mera herramienta para la realización de unos fines más elevados.

También encontramos a los que se definen como de centro, aunque las más de las veces terminan medio diluidos y por tanto medio absorbidos o en últimas vencidos por uno u otro extremo. Si son temperantes y respetan los derechos individuales, les acusan de conservadores o derechistas disfrazados; si son ambientalistas y colectivistas los señalan de socialistas o izquierdistas con piel de oveja, y en todos los casos, por ser conciliadores les dicen tibios.

Pero, contrario a lo que equivocadamente se ha pensado, esa pugna no se libra únicamente en el escenario político; no se restringe a los debates entre candidatos de uno u otro extremo ni a los que se surten entre legisladores en el Congreso, sino que se desarrolla (y debe desarrollarse) en todos los niveles y campos de la sociedad.

En efecto, los fundamentos y valores de una u otra ideología, empiezan a ser inculcados en las mentes de la gente desde la más tierna infancia en cada núcleo familiar, en primer término y de la forma más rudimentaria, por sus mismos miembros y, en segundo lugar, pero con suma relevancia, en el temprano ámbito escolar. A estos dos se suman los medios de comunicación, que tienen sobre sus hombros una responsabilidad inmensa en este tema.

Desafortunadamente, la derecha ha ignorado durante años esta realidad, pensando que simplemente con la implementación de políticas económicas en el escenario estatal basta para ganarle al otro extremo. Ha considerado que es suficiente con mostrarle a la sociedad, mediante el ejemplo, por así decirlo, que la libertad de empresa y de mercado brindan la posibilidad de salir adelante y desarrollar la personalidad de forma libre y autónoma, lo cual a su vez permite alcanzar la realización personal. ¡Nada más equivocado!

Por el contrario, también desafortunadamente, la izquierda lo ha entendido a la perfección, pues se ha dado cuenta de que el verdadero capital no es el económico, ni siquiera el político, sino el cultural. El verdadero premio son las mentes de la gente, en especial las de la juventud.

Conscientes de esto, se han apropiado de toda una serie de causas que a los ojos y oídos de todos son las más nobles. Por nombrar solo algunas, se tiene entonces que el izquierdista moderno, en especial el latinoamericano, es ambientalista, es feminista, apoya las causas de la comunidad LGTBIQ+ y la ideología de género, promueve el aborto, es ateo, etcétera, etcétera, etcétera.

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Y cuando digo que se las han apropiado, lo hago precisamente porque de esa forma lo venden. De acuerdo con su discurso, no es posible ser ambientalista y querer un mundo de energías limpias, si no se es de izquierda. No puede hablarse de los derechos de la mujer si no se es progre. Tampoco puede defenderse la libertad en la orientación sexual si no se es mamerto. 

Para ellos, si se es de derecha no se puede tener libertad de culto o de fe, pues indefectiblemente hay que ser cristiano (en cualquiera de sus variaciones, aunque supongo que en Colombia predomina la católica). Este último punto es importante, además, no tanto porque el nuestro es un país con una tradición religiosa aún bastante marcada, sino especialmente porque la consecuencia que el izquierdista promedio extrae de forma automática de esta circunstancia es que solo ellos pueden ser científicos, intelectuales y académicos, mientras todos los demás son bestias ignorantes (y en Colombia, uribestias).

Y la cereza del pastel, con su retórica han hecho creer que ser de derecha es motivo de vergüenza y por ello debemos serlo en silencio, de puertas y dientes para adentro.

Se han vuelto expertos pregoneros y oradores de la plaza pública. Su discurso es sedoso, meloso y seductor, pues apela a las más básicas emociones y pasiones del ser humano, como el odio, la envidia y el resentimiento, maquillados de injusticia social, aunque el mensaje de fondo carezca de sustento histórico, técnico, jurídico o científico.

Han entendido que la mentira, a veces velada y escondida en alguna imprecisión estadística o histórica y otras descarada y frentera, siempre que sea atractiva, es eficaz como medio para ese fin último que es conquistar la mente de quienes los escuchan.

Lo que es aún peor, la izquierda tiene una ventaja inconmensurable frente a sus rivales, pues tiene un megáfono más grande. El más grande de todos, si se quiere: las aulas.

Tristemente, la educación pública en todos sus niveles, empezando por la básica primaria, pasando por la secundaria y terminando en la superior, es suya. ¡Y qué digo suya, si es su más grande bastión! Desde ahí permean la sociedad desde que los niños tienen uso de razón.

La derecha, en cambio, no tiene foro alguno, salvo unas muy contadas universidades privadas, lo que, sumado al descuido de este aspecto tan importante, inexorablemente la ha llevado a ser la perdedora. Hoy son pocos los jóvenes que se inclinan por la derecha, mientras las huestes de la izquierda se engrosan cada día.

Sin embargo, considero que, a pesar de haber perdido la batalla, aún hay esperanza de ganar la guerra. Es posible recuperar las mentes de la gente, pero es necesario despertar. La derecha tiene que pellizcarse y crear espacios en los que se involucre de forma activa a la juventud y en general a toda la población. Debe meterse al barro y untarse de pueblo, no solo cuando la contienda electoral lo demanda, sino todos los días y de forma permanente.

De hecho, esta pelea no la deben dar los políticos, a quienes solo les importa el caudal de votos que puedan obtener y que en muchos casos no están capacitados para hacerlo, sino que nos corresponde a todos. A los ingenieros, a los arquitectos, a los abogados, a los profesores en todas las disciplinas, a los empresarios, a los comerciantes y en general a todos los que podamos aportar de cualquier manera, por pequeña que sea, a generar consciencia y contribuir a la creación de esos espacios, académicos y no académicos, que tanta falta hacen y respecto de los cuales estamos en tan clara desventaja.

Es hora de perder el miedo y la vergüenza. Es hora de recuperar la confianza y el orgullo.

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