Escolios

Por en septiembre 17, 2013

Por Juan Francisco Muñoz Olano

El escritor y filósofo colombiano, Nicolás Gómez Dávila, fallecido en 1994 a los 81 años, dejó como legado una serie de anotaciones y aforismos que sobresalen hoy en día, al reflejar una serenidad que pareciera no ser posible en un habitante de este país tropical y febril en ideas que suelen pasar, con rapidez y de forma imperceptible, de los delirios más optimistas, a los ánimos fatalistas y lacónicos.

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Las revoluciones y los cambios suelen ser vislumbrados, en este país, no por progresos paulatinos y silenciosos, logrados por ciudadanos que exigen a sus gobernantes y a sus legisladores construir sobre los cimientos de sus predecesores.

No, en este país, la política, la vida cotidiana, la opinión y las virtudes que inferimos tienen los otros, no son producto del esfuerzo mancomunado, colectivo y anónimo, sino que son más bien posiciones tan cambiantes como el clima. Productos de vidas apasionadas, que solo reconocen debilidad en la serenidad; imprecisión en la incertidumbre; duda en la prudencia; tesón y decisión en la vociferación; conocimiento y profundidad en los pensamientos más fatalistas. Para la opinión pública y para los líderes políticos, de cualquier bando, la dignidad de un colombiano no es una obligación para consigo mismo, sino una eterna deuda del Estado, la economía, los hombres poderosos, o los líderes populares.

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Pero, con palabras que se dirigen, como sondas, a lo más profundo de la naturaleza humana, Gómez Dávila nos dejó un pequeño testimonio de una vida: “La dignidad humana es lo que se adquiere al luchar contra si mismo. Lo que no provenga de un conflicto es bestial o divino”.  Aquella situación difícil y extenuante, de entendernos como ciudadanos, no se definiría entonces por la solución simple y llana de todas nuestras necesidades, ni por los designios de quienes tienen más riqueza y aparentemente deciden todo. La dignidad, si no malinterpreto a nuestro querido filósofo, es cosa más de obligaciones personales, que de derechos inalienables.

Pero los ánimos cambiantes y febriles de las opiniones de los ciudadanos colombianos, tampoco suelen reconocer el carácter inevitable de los errores, los desaciertos y las incertidumbres de toda cuestión realmente importante, y que aún así, pueden conducir a ciertos progresos. Para Gómez Dávila: “la resignación al error es el principio de la sabiduría”. Pero tal resignación, a lo inevitables que son los desaciertos de una vida, o una sociedad, no es rendición, ni es negligencia moral. Es solo el reconocimiento de que, como también escribió el filósofo, “la dignidad del hombre: hacer todo lentamente”.

La opinión sobre los políticos y las decisiones económicas, suele también rechazar cualquier posible contradicción. Si a un líder de izquierda se le escucha una afirmación explícitamente conservadora, o a un líder de derecha, una afirmación propia de la retórica de la igualdad romanticona, los espectadores claman por falta de coherencia. Es más, son capaces de aplaudir hasta la catástrofe a gobernantes que mantienen semejante bobería que es la coherencia ideológica, sin importar los efectos prácticos de sus gestiones, sino solo los fines y medios de sus discursos. Pero, en este país, como en cualquier otro, los seres humanos somos aquello que “se define menos por sus contradicciones, que por la manera como se acomoda a ellas”, como sentenció el escritor capitalino.  La honestidad intelectual de filósofos como Nicolás Gómez Dávila tal vez siga haciendo falta, siendo alguien capaz de confesar que su fe residió, no en las certidumbres, ni en las creencias, sino en las antinomias de la razón y en los escándalos del espíritu.

Septiembre 13 de 2013

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