Contradictores

Por en octubre 16, 2013

Por: Juan Francisco Muñoz Olano

En días recientes surgió una discusión entre el ex gobernador de Nariño, Antonio Navarro, y el ex alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa. Para el ex alcalde de la capital, es insostenible aceptar el ingreso del movimiento Progresista, liderado por el hoy alcalde Gustavo Petro, a las huestes del Partido Verde. Para Navarro, tal posición es innecesaria, porque el pragmatismo político exige la unión y las alianzas.

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Enrique Peñalosa sustenta que no puede apoyar el que el Partido Verde, una supuesta fuerza de oposición a la clase política tradicional, permita el ingreso de un movimiento liderado por el alcalde Petro, quien, según palabras de Peñalosa, ha afectado el desarrollo de la igualdad y el progreso de la ciudad de Bogotá: Peñalosa resalta los problemas de inversión del nuevo sistema de basuras, que lo harían inviable en solo cuatro años; señala los obstáculos que ha generado la nueva administración en la consolidación de nuevos macro proyectos educativos, que aunque privados, permitirían tener colegios de alta calidad, no afectados por el mal desempeño docente y administrativo de los colegios públicos en manos de Fecode; Peñalosa también resalta los problemas en la administración de un acueducto público, que conduce a la necesidad de un alto costo en subsidio a la provisión de agua a sectores de la periferia de la ciudad. Según Peñalosa, la ideología de Petro está lejos de la igualdad y el progreso. Sin embargo, términos como “privatización” y “eficiencia económica” han hecho que un gran margen de la opinión pública vea con desconfianza las ideas del ex alcalde de Bogotá, aunque él mismo fue visto como impopular para importantes sectores capitalistas durante gran parte de su gobierno, al gestionar fundamentales cambios en la administración de terrenos y recursos de la ciudad de Bogotá.

Para Gustavo Petro, la política es un ejercicio lejano al pragmatismo administrativo de Peñalosa, centrado en la búsqueda de efectividad en el uso de los recursos públicos y privados. Para el alcalde actual la política es un ejercicio, que en teoría, y resalto, solo en teoría, no debería verse influido por el pragmatismo político del que hace gala Navarro. Para el alcalde de Bogotá la política es un ejercicio deductivo. Debe basarse en cumplir premisas generales, aunque no se tengan claros desde un principio los medios logísticos para poder cumplirlas, ni se detalle la probabilidad de errar en tal filosofía.

Las ideas de Gustavo Petro me recuerdan las peculiaridades psicológicas del ejercicio del doble-pensar, que exponía magistralmente el escritor George Orwell en su obra 1984. Para el alcalde de Bogotá, la igualdad es la idea máxima, sustentable por ideas contradictorias: Para Petro es bueno un acueducto que no es privado, pero que incrementa los costos para la población vulnerable. Así mismo, sería bueno un sistema educativo no privatizado, pero que haría más difícil el acceso de sus estudiantes a la educación pública de alta calidad. En el fondo, el alegato de Petro es contra el sistema económico, que hace necesarias, ante los ojos de administradores como Peñalosa y Mockus, las privatizaciones. Pero el alcalde de Bogotá, tal vez, sobredimensiona la labor de un administrador público. Y es que cambiar el sistema económico es una lucha, que a los ojos de pensadores como George Orwell, no resulta moral, sino moralista. No resulta sensata, sino demagógica.

El caso, es que para Petro, Peñalosa es un contradictor de su ideología. Y para Peñalosa, Petro es un contradictor del progreso y la igualdad. Para los electores, debe ser difícil saber a quién creerle, sin hacer gala de sus propias ideas moralistas y de esa tendencia personal a esconderse así mismo ese aprecio por las ideas simples, y ese desprecio por las ideas complejas. El caso, es que los políticos y los electores suelen obviar un hecho desconcertante, pero verdadero: La contradicción no reside ni en las alianzas, ni en las ideologías políticas, sino en todos los discursos humanos que insisten que es posible explicar la complejidad de las desigualdades y los desencuentros entre ciudadanos a través de una sola teoría y una sola práctica política.

El pensamiento totalitario de los políticos de izquierda y de derecha es muy similar, en tanto suele motivar una unidad doctrinaria, donde las discusiones prácticas no importan, tanto como las alianzas y las ideologías.

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