Los delirios de Juan Pueblo: Semblanza

Por Eladio Solarte Pardo
Entre el amor y la esperanza. Embelesado por las ilusiones y espejismos que rondan por su mente: absorbido por la rutina diaria que, en poco o nada, diferencia un amanecer de otro, Juan recrea el peso de la monotonía con su discreto dogma de fe en su destino y en el de todos sus seres queridos que ama y protege apasionadamente, como su mayor riqueza, como única razón de su existencia y en la confianza y apego a sus capacidades físicas y mentales. Aunque ese rito se confunde con una plegaria lastimera, corresponde a la ofrenda matutina con la cual recibe el nuevo día, así sea en medio del inclemente asedio de la indigencia que nubla un poco su hálito de esperanza.
El valor
Razona que es, por compromiso y excelencia, el mágico timonel de esa nave imaginaria que se llama vida, tan cargada de sorpresas, fantasías y perspectivas y, que como tal, está en su mente, en su corazón y en sus manos orientarla hacia un puerto seguro, como su mayor desafío. Por ello, en las noches de crudo invierno y desvelo se abriga con la manta de sueños y propósitos por realizar. Trajín y pensamiento se entrelazan armoniosamente a cada instante, en la angustiosa brega de reorientar su suerte.
Juan se siente orgulloso y sereno de no haber perdido jamás el norte ni siquiera en las horas de angustia, tedio, frustración o desesperanza, que no han sido pocas y en las que siempre se ha aferrado a la sensatez, como regla de oro de su compleja y atribulada existencia. Ese ha sido, por así decirlo, el mejor salvavidas que le ha entregado su destino huraño.
Sabe que la mejor lección que ha recibido de la vida, que ha sido su mejor maestra y consejera, es que la pobreza no es deshonra. La pobreza que se enreda en su cuerpo jamás tiene refugio en las entrañas profundas de su mente.
En medio de los delirios que frecuentemente lo acompañan, Juan entiende que, por encima de las ataduras de la indigencia y del marginamiento social, flamea airosa y casi indomable a vientos y tempestades, su firmeza de espíritu, la cual se transmite en los genes de su raza fustigada, pero que no ha conocido la derrota.
Sus sueños
Otras veces, en medio de su fatigoso acontecer, Juan consagra parte de su tiempo al infinito placer de soñar despierto, de construir castillos en el aire, de echar a volar aviones de papel, seguro como está de que el terreno de las ilusiones ha sido fértil para mitigar las frustraciones que lo desvelan.
Por estas razones, en algún instante de sosiego, con su puño y letra, plasmó en su maltratado diario este apunte, con rasgos de autorretrato magistral:
“Parece que mis días de primavera estuvieran revestidos por lúgubre oscuridad y que mis noches de luna llena murieran atrapadas por sombras misteriosas. Pero, eso sí, unas y otras avasalladas por mi trajín indómito.”
Es, esta una muestra aproximada de la cotidianidad de Juan Pueblo que, generalmente, se desenvuelve de espaldas a una sociedad en aguda crisis de sanos principios y valores. Su filosofía es un bravío y desesperado grito de rebeldía, en la búsqueda de una atmósfera de justicia y equidad, donde pueda reverdecer la vida.
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