El tiempo que no existe

Por en febrero 25, 2018

Por: Juan Carlos López Castrillón

El privilegio de haber trabajado durante los últimos años con grupos de adultos mayores, me ha llevado a valorar mucho más el famoso discurso de despedida de Bryan Dyson, al retirarse de la presidencia de Coca Cola y decir: «Imagina la vida como un juego en el que estás malabareando cinco pelotas en el aire, estas son Tu Trabajo, Tu Familia, Tu Salud, Tus Amigos y Tu Vida Espiritual».

Ese escrito ha tenido distintas versiones y hasta modificaciones, pero la verdad es que cada cual lo entiende como mejor lo necesite, y a mi parecer tiene un eje central sobre el cual quiero escribir este día: cómo usamos el tiempo.

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Ese concepto por el cual nos obsesionamos y cuya definición es objeto de un debate permanente, desde la interpretación que hacían Platón y los filósofos en la antigüedad, hasta el entendimiento mismo que nos aporta ahora la física cuántica de Albert Einstein y Stephen Hawkins, teorías que concluyen que el tiempo no existe, mejor dicho, que solo existe en nuestra mente.

Pero, ¿qué tiene que ver el discurso del hombre que se despide de sus trabajadores en Coca Cola, con lo que dicen Einstein y Hawkins? En mi sentir, tiene todo que ver. Si el tiempo es una noción de los humanos, de nosotros, los únicos seres que tenemos conciencia que un día desapareceremos, entonces debemos hacer un propósito firme de repensar el cómo usarlo. Ahí es donde las dos puntas se unen.

En sana lógica debemos trabajar por tener un equilibrio en nuestra vida, hacer un cuadrante en el que hay que darle preponderancia a la primera pelota que menciona Dyson: Tu Salud. Este primer elemento es el que marca la posibilidad de que los otros existan.

Salud es muchas cosas, desde caminar o hacer deporte, comer bien, reflexionar, tomar sol, descansar, dormir, y hasta prepararnos siempre para sanar, entendiendo que lo único que de verdad tenemos es nuestro cuerpo, y que él mismo vive en permanente transformación, por eso se requiere entenderlo, para hacerle los ajustes que nos pide (cuando nos habla a través de las enfermedades).

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Segundo en el cuadrante, sin que sea en orden preferente, Tu trabajo. Es clave porque te genera los recursos para sobrevivir en esta sociedad de consumo; pero el mismo Bryan Dyson dice algo más que importante: “Trabaja eficientemente, pero deja el trabajo a tiempo”. Hay que lograr esa proporción de tiempo justa con las demás variables, pues la mayor parte del día y lo mejor de tu energía se la dedicas a trabajar, casi siempre para enriquecer a otros.

Dos pelotas más: La Familia y Los Amigos. Uní estos dos factores en uno solo. Siempre terminamos diciendo que lo único que nos queda es la familia, lo cual es relativamente cierto, la respuesta dependerá de cuánto tiempo dedicamos al mundo afectivo de nuestro entorno; tanto de la cantidad como de la calidad de tiempo que invertimos en la gente que queremos y apreciamos.

Es un círculo virtuoso, por lo menos en teoría. Pero también hay que entender que la familia, especialmente los hijos, tienen que emprender su vuelo propio, como lo hicimos nosotros un día. Un sacerdote español me dio una gran lección hace poco, al decirme: «Dedíquese más tiempo a usted para que pueda tener luego más tiempo para sus hijos».

Y nos queda Lo Espiritual. Ese mundo íntimo en que nos conectamos con un ser superior, cualquiera sea nuestro Dios, así sea también para los que no lo reconocen, entendiendo que la mejor percepción de espiritualidad es viajar al interior de nosotros mismos y poder llegar a intentar conocernos; algunos lo logran con la oración, otros con el yoga, con la reflexión y a veces solo con el silencio; lo importante es conseguir ese grado mínimo de espacio que se requiere para entender lo que somos.

Quizás, de todos los factores mencionados, este es al que menos tiempo le dedicamos, si acaso unos minutos al día y es el que más nos puede proveer elementos de confianza para generar la tranquilidad que se deriva de estar en paz.

Hace poco también leí que quienes rezan viven más, y tiene mucha lógica, no por algo sobrenatural, simplemente por que cuando se reza se crea un entorno muy saludable, la mente se concentra y se libera, en ese momento se adquiere poder, ese mismo poder que tiene la palabra, esa palabra que repetida muchas veces se convierte en fuerza, esa fuerza que cambia las cosas y genera los hechos.

En fin, esta breve reflexión, derivada de los dos conceptos citados al inicio, lo que pretendía finalmente es haberle robado unos minutos de ese valioso tiempo que usted tiene y que ha querido usar leyendo esta columna, para intentar dejarle la inquietud de cómo usamos algo que – en teoría – no existe, nuestro tiempo.

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