Pulso político

Por en julio 22, 2025

No es del todo fácil tratar de dimensionar, así sea por mera aproximación, la ya visible fractura de la sociedad colombiana ad portas del proceso electoral, en medio de una atmósfera asfixiante de polarización política, verdaderamente escalofriante.

Por cuanto estamos llegando a extremos demasiado peligrosos de confrontación, como si fuera aplaudible echarle más leña y gasolina a la fogata, inconveniente en alto grado para la salud de la patria, condenada a las ráfagas y explosiones.

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Las redes sociales están convertidas en un campo de batalla, en las que quieren brillar con luz propia quienes más improperios arrojen, en donde por lo visto, se expresan conceptos propios de mentes enfermas y en las cuales no prima el mutuo respeto, sino el ruido de la cólera y la altanería, desbordadas e irresponsables.

Porque, la verdad sea dicha, estamos ya tocando fondo, actuando como verdaderos cavernícolas, pues ni el dolor ni la tragedia ajena nos conmueven. Antes, por el contrario, solo generan mofa y hasta se aplauden con frenesí. Damos pasos firmes hacia nuestro propio aniquilamiento moral.

Al circunscribir semejante situación a un departamento como el Cauca, las cosas se complican aún más teniendo en cuenta la influencia del conflicto armado, pues sus instigadores son quienes sientan la última palabra en materia de elecciones y mantienen en continuo sobresalto a los campesinos bajo el asedio de los fusiles, como tristemente sucede en zonas de Nariño, Chocó, Putumayo, entre otras, en las cuales, prácticamente, la veeduría de los comicios la ejercen los grupos de alzados en armas, el narcotráfico y hasta la delincuencia.

Contradice esto el hecho de que nuestro país ha guardado respeto por el estado social de derecho y por la vigencia de los principios democráticos, como su mejor carta de navegación e insignia que portamos orgullosos los colombianos, siempre dispuestos a protegerla y conservarla como legado de libertad.

Por todo lo cual no tienen carta de presentación la enconada retórica, la infundada controversia, la amenaza o el escarmiento contra quienes no comulgan ni aplauden sus convicciones políticas o partidistas, por cuanto de las palabras se puede pasar muy fácilmente a los hechos y eso es sumamente peligroso y condenable.

La consigna es reflexionar en las consecuencias de los actos mal concebidos; hay que desechar todo ánimo revanchista o intimidatorio y no dar simplemente rienda suelta a los impulsos que dicta el resentimiento; pero, fundamentalmente, hay que bajarse de las nubes y aterrizar en la realidad antes de precipitarse a exclamar que ya se tiene el triunfador y que, por consiguiente, sobran las elecciones, pues es un gazapo que no se lo traga nadie desde la otra orilla.

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