Un cofre de recuerdos

Por Eladio Solarte Pardo
Casi todos los seres humanos conservamos en lo más profundo del corazón alguna imagen representativa, especialmente de nuestra niñez o adolescencia, sin duda alguna, el momento más lleno de ternura y encanto de nuestra vida: una casa o el retrato imaginario de algún pequeño poblado o caserío en donde transcurrió alguna parte importante de nuestros días. En fin, de algún un espacio geográfico muy ligado a nuestros recuerdos.
Guardamos una especie de cofre atiborrado de remembranzas o vivencias que, a pesar del tiempo y las circunstancias, se resisten a borrarse fácilmente. Allí se mantienen adheridos a nuestro pensamiento como un oasis en medio del insondable desierto, cual precioso tesoro.
De una casa, por ejemplo, con todos sus atuendos, con toda su historia, plasmados en vistoso colorido. En nuestra imaginación la recreamos prodigiosamente, como si contempláramos una película y hasta llegamos a interactuar en ella. El poder de la mente es sencillamente portentoso y no alcanzan las palabras para explicarlo.
De un barrio con todos sus detalles, con toda su coreografía mágica, con toda su gente, con todo su calor humano, con todo su bagaje, experiencias y enseñanzas. Reproducimos asombrosamente risas, diálogos, abrazos de épocas verdaderamente inolvidables.
Del pueblito o caserío, muchas veces lleno de sencillez, desde que lo conocimos y recorrimos tantas veces, desde que nos encariñamos con él y presenciamos su transformación. Recordamos con afecto sus calles y caminos y sus aleros amigos porque allí estuvo presente nuestra alma.
Unos y otros los recordamos con apego, tal vez porque en todos esos lugares que nos siguen perteneciendo y hacen parte de nuestra semblanza, se quedaron amarradas alegrías, felicidades, ilusiones, frustraciones, sueños y realidades que pertenecen al inventario de nuestros bienes afectivos.
Por momentos rondan en nuestro imaginario como fuentes de inspiración, motivación y recuperación de energías y expectativas, como si su imagen que quedará suspendida en el tiempo y en el espacio con la misión suprema de reconfortar el ser.
Por ello, en un mundo que menosprecia los valores éticos y morales, a los seres humanos que todavía nos queda un poco de razón y buen corazón conviene, sobre manera, tener como punto de referencia estas indelebles reminiscencias en la sana perspectiva de ser mejores pasajeros de la vida.
You must be logged in to post a comment Login