Una huerta que se convirtió en empresa infantil

Por en diciembre 27, 2017

Ejemplo de emprendimiento.

(Tomado de la revista Visión Comfacauca)

Pie de Foto: Desde hace 11 años esta madre comunitaria trabaja con niños de escasos recursos de la vereda Los Cerrillos, Municipio de Popayán.

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María Adriana Mosquera tenía muy claro su proyecto de grado como técnico laboral en Atención Integral a la Primera Infancia, en el Centro de Servicios y Capacitación Comfacauca.

Esta madre comunitaria que desde hace 11 años trabaja con niños de escasos recursos de la vereda Los Cerrillos, del municipio de Popayán, se impregnó de la pasión con la que sus instructores le trasmitieron conocimientos y le mostraron la importancia del emprendimiento. Pensó en los niños para comenzar a construir con ellos el futuro que se quiere para el país, pues según ella, de nada sirve querer hacer cosas si no se siembra en los pequeños.

En su vereda asistía los sábados a capacitaciones sobre cambio climático, tema que captaba con avidez. Pero, no le parecía que se hubiera comenzado con los adultos, puesto que ese trabajo se debía hacer primero con la niñez.

María Adriana Mosquera les enseñó a los niños a preparar la tierra para la siembra con  cáscaras de papa, zanahoria y otros desechos.

María Adriana Mosquera les enseñó a los niños a preparar la tierra para la siembra con cáscaras de papa, zanahoria y otros desechos.

“Para el adulto es muy difícil comer hortalizas, si de pequeño no lo acostumbraron, por cuanto la familia no las consumía”, argumenta.

Ahí estaba la clave de su proyecto de grado, el que empezó a escribir de manera fluida y apasionada. Pensó en una huerta cubierta por goteo, como la había soñado con los niños, en edades entre dos y cinco años. Sin embargo, el proyecto resultaba muy costoso. Entonces acudió a Ecohábitat, a Tesac, Ccafs y Cgiar, entidades en las que no solo encontró apoyo, sino que la animaron a seguir adelante, porque era en los niños en quienes querían invertir. Le aportaron $1.400.000 para materiales.

Comenzó a desarrollar su emprendimiento, capacitando también a los padres de familia, porque consideraba que para trabajar con los niños en una huerta, se necesitaba el permiso de ellos para sacarlos del hogar comunitario. Les explicó en qué quería trabajar con los chiquitines, algunos no estuvieron de acuerdo, aduciendo que se ensuciarían y dañarían los uniformes.

La primera cosecha, en febrero de 2017, fue fantástica, los niños granjeros estaban felices.

La primera cosecha, en febrero de 2017, fue fantástica, los niños granjeros estaban felices.

Pero, cuando empezó esa linda labor, poco a poco los papás se fueron uniendo al proyecto y colaboraron en la construcción de la huerta. Una granja similar a la del hogar comunitario les pedían los niños a sus padres.

De los doce niños a cargo de María Adriana Mosquera, tan solo uno comía ensalada. A la hora del almuerzo los pequeños arrojaban la cebolla, el tomate y otras verduras debajo de la mesa, decían que no les gustaban. En realidad no las conocían.

Cuando María Adriana empezó la siembra, a cada niño le enseñó a revolver la tierra con cáscara de papa, de zanahoria y otros desechos de la cocina con los que producía un compost. Los niños se mostraban felices con ese mundo fascinante de la naturaleza. Pronto las semillas de lechuga, zanahoria, cilantro y de otras hortalizas comenzaron a germinar, el crecimiento de algunas estaba rezagado, lo que preocupaba a los niños. Y como receta mágica, la ‘profe’, como le dicen, los invitó a cantarles para que pudieran germinar felices. Los primeros brotes los recibieron con alborozo. Para que crecieran más rápido y no estuvieran tristes, los chiquitines comenzaron a improvisar alegres canciones.

La lechuga creció más rápido con los cantos de los niños.

La lechuga creció más rápido con los cantos de los niños.

En la huerta esta pedagoga les enseña a los niños las formas, los colores, las texturas, las bondades del sol y de la lluvia para que las plantas crezcan sanas y hacer con ellas ricas ensaladas para la buena nutrición.

“Este proyecto es una herramienta fundamental para trabajar con los niños, si mis compañeras supieran la gran labor que se hace con los chiquitos, sería replicado en cada hogar comunitario”, dice.

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Antes de este proyecto, cuando María Adriana salía con sus pequeños discípulos a explorar, los niños arrancaban las hojas de las maticas, las dañaban. Ahora, son respetuosos de la naturaleza y hasta reprenden a los nuevos compañeritos que les quitan las hojas y las flores a las plantas.

Llegó la cosecha

La primera cosecha, en febrero de 2017, fue fantástica: “Mis amores, llegó la hora de cosechar lo que con tanto esfuerzo sembramos. Lo que nos regala la tierra no lo podemos desaprovechar, nos lavamos las manos y nosotros mismos vamos a preparar la ensalada”, les dijo emocionada.

Con la granja los niños iniciaron su empresa y el producto de la venta lo guardan en alcancías.

Con la granja los niños iniciaron su empresa y el producto de la venta lo guardan en alcancías.

Con sus pequeñas manitas fueron cortando la lechuga Batavia, rayaron la dulce zanahoria; el rojo tomate, cortado en trocitos fue incorporado a la nutritiva receta. De la cebolla se hizo cargo la “profe”, que la cortó con cuchillo. Luego rociaron las verduras con el jugo de un lindo limón, agregaron un poquito de sal y cilantro, revolvieron y de inmediato degustaron la preparación. Por medio del juego los niños aprendieron a comer ensalada.

En la reunión de padres de familia, ellos le preguntaron a María Adriana, cómo había hecho para que a sus hijos les gustaran las verduras, las que comenzaron a pedir en sus casas.

Los niños ya saben sobre las propiedades de las plantas y para qué sirven. Las siembras son escalonadas, primero en un lote, a los ocho días otro y así sucesivamente.

Jugando crearon la empresa

A la segunda cosecha, luego de aprovechar las verduras en la alimentación diaria de los niños en el hogar comunitario, además de compartirlas con las familias, se presentaron ‘excedentes de producción’. Vamos a jugar a que esta es nuestra empresa, les dijo María Adriana a sus pupilos. Entonces, elaboraron un letrero que decía: “Hay tomates”. Alistaron alcancías de monedas y billetes para depositar el producto de la venta. Los niños estaban dichosos, se apersonaron de productos y alcancías.

Ante la buena marcha de la naciente empresa, había que nombrar tesorero, la niña más grande, que tiene tan solo cinco años, se ofreció a manejar la plata, es decir, a echarla en las alcancías. Aún no saben cuánto dinero hay en caja, pero sí saben que es el ahorro de su emprendimiento, el que la ‘profe’ aprendió en Comfacauca.

Tienen claro en qué lo invertirán. Nada más ni nada menos, que en la compra de uniformes para los niños nuevos, cuyos padres no tienen dinero para adquirirlos. Con gran solidaridad y alegría los niños granjeros respondieron de manera positiva cuando su profe se los propuso.

Este proyecto con el que María Adriana Mosquera se graduó con honores, por cuanto Comfacauca le otorgó Mención Honorífica, desarrolla importantes componentes, en especial el de valores humanos.

Video 1:

Video 2:

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