La Polar

Por en mayo 5, 2016

Por Gloria Cepeda Vargas

La Polar, así llama el pueblo venezolano a uno de sus patrimonios más queridos: la Empresa o Cervecería Polar de Venezuela, fundada hace 75 años (1935), por el abogado caraqueño Lorenzo Alejandro Mendoza, que debido a la falta de materia prima, acaba de clausurar la última planta que quedaba en pie.

Es la empresa más grande de Venezuela, mayor productora de alimentos y bebidas del país: harina, pan, mantequilla, arroz, salsas, pasta, detergentes y la venezolanísima harina Pan, origen de la arepa de maíz, plato infaltable en la mesa del venezolano.

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Su cierre afectará unos 300.000 empleos indirectos y 10.000 directos.
Según análisis confiables, el actual y ya dramático desabastecimiento, se agravará debido a la caída de los precios del petróleo y al mantenimiento del control de precios que desalienta la producción y estimula el contrabando.

Maduro ordenó “tomar las industrias que cesen operaciones mediante funcionarios escoltados por militares”. Para el gobierno, Lorenzo Mendoza, ingeniero industrial nacido en 1965 y actual presidente de la empresa, es el icono de los oligarcas, “el pelucón mayor (rico)” y un “hijo de papi”; es decir, un enemigo del pueblo al que se debe exterminar.

El perverso plan implantado en Cuba, enfila al ablandamiento del pueblo venezolano apelando a los métodos más crueles. Buscan quebrar su voluntad, diluir su integridad física y moral mediante un menoscabo letal.

Fallecen de hambre y mengua, los pequeños pacientes de cáncer del José Manuel de Los Ríos (1937), único hospital infantil de Caracas, mueren a diario por decenas entre sufrimientos atroces. La morgue de Bello Monte, colapsó entre el olor mefítico de centenares de cadáveres en descomposición. Miedo, carencias inconcebibles, frustración y dolor ilímite, configuran hoy, después de 17 años de bota y guerrera, la desastrosa vida de un país poseedor de las mayores reservas petroleras del planeta.

El caso de Venezuela da para conclusiones desalentadoras. ¿Dónde están las instituciones internacionales que tan pomposamente se declaran administradoras del equilibrio ético y democrático del mundo? ¿Dónde la memoria de los muchos pueblos que medraron a la sombra de su bonanza petrolera y su gran corazón?

Venezuela agoniza sin dolientes. Es una extinción lenta, un descoyuntamiento visceral. Una sensación de desamparo absoluto ante la indiferencia o el desconocimiento de un mundo que todavía osa identificarse como agente activo de ideales políticos y democráticos.

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