Infamia

Por en agosto 4, 2015

Por Gloria Cepeda Vargas

“El Tiempo” del viernes 24 de julio difunde una denuncia de Juan Gossaín titulada “Los comerciantes de la salud no tienen corazón”.

Quizá por tratarse en este caso de una voz autorizada, la escuchemos como se debe. Con argumentos en mano, Gossaín devela el sórdido trasfondo de esta feria donde sin el más insignificante reato de conciencia, se subasta la vida de los colombianos. Un hedor a muerte del cuerpo y a descomposición del alma; una viscosidad de pantano, una humedad de gusanos y vapores mefíticos, gotea en esas líneas. El periodista saca a la luz lo que cuesta en Colombia la implantación de un aparato llamado estent, indispensable para superar graves dolencias cardíacas y por lo tanto, para la recuperación de la salud en casos que como éstos, representan la primera causa de mortalidad en el país.

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Ante la resolución tomada por el gobierno el 5 de marzo en el sentido de que un estent coronario no podía costar en Colombia más de 3.200.000 pesos –ya que hasta ese momento aquí valía el triple de lo que vale en Canadá, Chile, Francia, Argentina, España o Perú- la mafia (porque no puede llamarse de otra manera) constituida por los fabricantes, importadores y vendedores de estos artefactos “se pusieron de acuerdo con clínicas, laboratorios e incluso algunos médicos especialistas para subirles el precio a los procedimientos que se requieren para implantarlos” (El Tiempo, 24 de julio).

Es decir, el lucro obtenido como fuere, a costa de la respiración del pulmón ajeno, de la orfandad colectiva, de la vida del hijo, del compañero, de la madre. El dolor infinito o la ruina del otro, es decir, la pérdida insubsanable y sus secuelas, representan, para estas alimañas, algo menos acuciante que su hambre y sed de dinero, siempre con las agallas al sol. Si a esto agregamos el sobreprecio de 14.000 millones de pesos al año impuesto al bolsillo de los colombianos por las Empresas Prestadoras de Salud y desentrañado por el Ministro de Salud Alejandro Gaviria, estamos ante un latrocinio gigantesco perpetrado por las empresas que cubren su gangrena perfumada de la manera más vil.

Ésta es una componenda infame. Validos de la insensibilidad social y la irresponsabilidad del Estado, los entes que se lucran con la vida y la muerte del pueblo, engordan hasta reventar. ¿A los perpetradores de esta rapiña conocida y silenciada en la misma medida, podríamos darles el honroso calificativo de Entidades Promotoras de Salud? ¿Y quienes las blindan hasta hacerlas invulnerables, merecen representarnos como su deber lo demanda?

Nos hacemos cruces ante la rapiña callejera. Plañimos por los asesinados, inutilizados, violadas, esquilmadas. Nos damos golpes de pecho frente a las desnaturalizadas mujeres que abortan, los matrimonios entre individuos homo cromosómicos, los practicantes y receptores de eutanasia, los, los, los…. las, las, las…. ¿Y frente a estos ladrones bien recibidos, bien comidos y mejor vestidos, que apacientan sus caprichos a la sombra del asesinato colectivo, qué hacemos?

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