Gloria Cepeda Vargas: la escritura como vocación y verdad

Por en junio 1, 2017

Este miércoles 31 de mayo falleció Gloria Cepeda Vargas, dueña de una voz poética reconocida dentro y fuera del país. Co.marca rinde un homenaje a la artista recordando una semblanza publicada en el 2003 en el semanario La Campana.

Por: Juan Carlos Pino Correa

“La poesía es verdad”, dice Gloria Cepeda Vargas. “La poesía es verdad de pensamiento, verdad de sentimiento, verdad de palabra”. Su voz es firme. Testigos son, ahora, los libros de la biblioteca donde habla, muchos de ellos herencia de Manuel, su padre. Nos hemos sentado a conversar allí, lejos del ruido de algunos nietos, lejos de las voces impostadas de la televisión, lejos de la mirada curiosa del perro de la casa que asustó a mi hija cuando la puerta se abrió. Isabel, de cinco años, mi pequeña y constante compañía, a salvo ya de las garras de una fiera no feroz, mira ahora con asombro hablar a Gloria: para ella es su primera entrevista. La de Gloria fue hace muchos años, cuando apenas era una adolescente.

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“Nosotros somos el fruto de una familia donde siempre hubo muchos libros. Mi padre y mi madre eran lectores empedernidos. Él amaba todo lo que tuviera que ver con el idioma. Yo me levanté en ese ambiente, viendo libros. Además, si no los hubiera tenido habría buscado la manera de leer y escribir porque es una vocación que me ha asistido desde que yo recuerdo”.

A pesar de que trato de descubrirlo, no sé dónde mira Gloria cuando habla. Sus ojos no se posan en el cuadro de Cervantes que desde una esquina también es testigo de su firme voz. Tampoco se posan en los libros de García Márquez que están ahí cerca, casi al alcance de su mano (hay una de las primeras ediciones de Cien años de soledad, en Editorial Suramericana). Acaso cuando habla mira correr sus tiempos idos: los literarios y los antiliterarios, y este espacio real de ahora se convierte apenas en un pretexto para la evocación.

“Empecé a tener consciencia verdadera sobre la escritura desde que estaba en segundo de bachillerato y descubrí que no soportaba asistir a clase. Era como una tempestad impresionante. Muchas ideas se me venían a la cabeza y me sitiaban totalmente. No veía la hora de salida para ir a escribir. Afortunadamente pude controlar esa sensación porque así no sé cómo hubiera podido vivir. Pero siempre por encima de todos los avatares de mi vida está el amor a la palabra escrita y dicha. Y no es un trabajo. Es una necesidad”.

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Afuera, a través de la ventana, se alcanza a divisar el cielo plomizo que amenaza con lluvia. Lloverá más tarde, no hay duda. Tal vez la lluvia nunca haya cesado. Ruth Cepeda, hermana de Gloria, abre la puerta y luego se disculpa por la interrupción. La tapa del bolígrafo se me cae y mi hija está aún expectante.

“Mi primer libro fue impulsado por Helcías Martán Góngora. Yo tenía unos diecinueve o veinte años. Era una poesía rimada, de muchos sonetos, que era lo que se escribía en esa época y tenía un prólogo de José Ignacio Bustamante. Ese libro no despertó mayores expectativas porque yo era una muchachita que estaba empezando a escribir. Luego ya vinieron otras cosas”.

En este espacio ocupado por libros no descubro huellas de esas otras cosas, sobre todo de sus varias décadas en Venezuela que también la marcaron personal y profesionalmente. Pienso que tal vez el acento de su voz muestra algo en ese sentido, pero no estoy muy seguro. Recuerdo entonces que me ha contado que antes también otras cosas la marcaron, principalmente el encuentro, a los dieciséis años, con Matilde Espinosa, la escritora colombiana que fuera esposa del Maestro Efraim Martínez y a quien Gloria considera su amiga y su guía. Solo a ella le muestra sus libros antes de publicarlos. Pero también la marcaron las lecturas de César Vallejo, de Porfirio Barba Jacob y de los escritores de la generación del veintisiete.

“Miguel Hernández es un poeta de mucha fuerza y de mucha valentía. Me gustan sus poemas de amor: la Elegía a Ramón Sijé. Es que la generación del veintisiete tiene magia. Parece que se hubiera dado una conjunción de astros para producir esa cantidad de voces tan valientes y tan auténticas”.

Pero en los últimos años nada la marcó tanto como el asesinato de su hermano Manuel. Y le duele la impunidad. Gloria Cepeda escribió luego el libro Cartas a Manuel como un homenaje a su hermano artista, a su hermano crítico, a su hermano humanista. Con su muerte cree que desapareció una voz muy honesta.

“La poesía no tiene que ser comprometida necesariamente. Todo poeta dice lo que le toca, lo que lo conmueve. Hay personas que se dedican a cantar únicamente su panorama individual haciendo abstracción de todo lo que les rodea, y eso es respetable”.

Ahora miro a mi hija y vuelvo a pensar en que la voz de Gloria es firme. Eso ha mantenido atenta a Isabel. Sí, la voz de Gloria es firme. Testigos hemos sido quienes la hemos visto irradiar vitalidad a pesar de la crudeza de muchos de sus versos. O tal vez por ello. Entonces creo que ella ha venido pensando una frase que apenas dice ahora, una frase sin misterios que guarda para este momento del final de nuestra conversación y con la que el mundo entero puede estar de acuerdo: “sin esperanza uno se moriría».

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