Fascismo

Por en marzo 17, 2016

Por Gloria Cepeda Vargas

Las primitivas falencias de la naturaleza humana, se enmascaran. Una de ellas lo constituye ese vocablo que conocemos como fascismo. Ahí no hay decantación política ni soporte filosófico. Simplemente un tsunami atrincherado tras un remoquete político. Porta un anzuelo que no falla: paternalismo hipertrofiado hasta la utopía y una atracción inevitable: el imán del espejismo en el desierto.

El fascismo no tiene brújula. Ignora dónde medran la derecha o la izquierda. Lo suyo es una locuacidad hiperestésica, ejercida con la maestría que da la desvergüenza rigurosamente masticada.

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Con el cuento de representar el espíritu del pueblo, nos corta hasta las uñas. Se arroga facultades ajenas e intocables. Es ecléctico sin equidad, ubicuo sin respeto por el espacio ajeno, lujuriosamente ambicioso de poder.

Se declara nacionalista violando así de manera flagrante no solo un calificativo aún impúber sino (y es lo más grave) la dignidad del Estado (que es una cosa) y la del pueblo (que es otra).

Lamentablemente a ese arte de gobernar llamado política, tan vapuleado por nuestro narcisismo especular, le dimos jaque mate utilizándolo como máscara de toda actividad pública. Entonces, sin reato de conciencia, calificamos como movimiento político a lo que no es más que irrupción del instinto.

El fascismo, como todo egocentrismo que se respete, es un calculista consumado que mide, primero con antelación y luego sobre el terreno, la velocidad del viento. A veces solo un mimo que habría envidiado Marcel Marceau y otras un actor de última generación, recaba los olvidos, las ilusiones fallidas, las esperanzas a medio moler de un pueblo en perpetuo estado de hibernación para fabricar su bandera. Entonces se desnuda, le brotan colmillos, garras, tentáculos. Su fundamentalismo aterra, su soberbia asquea, su ignorancia desconcierta. No es derecho ni izquierdo, rojo o azul, Hugo Chávez o Álvaro Uribe; apenas un sancocho maloliente que invade con su insignificancia hasta el derecho que tenemos a pensar y a disentir.

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