El instinto del fútbol

Por en agosto 24, 2013

Por Juan Francisco Muñoz

Opinión junio 21 de 2013

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En días de creciente expectativa por la selección Colombia, no puedo evitar pensar en que el fútbol captura todas las pasiones y todos los deseos del público y de los medios de comunicación.Genera publicidad, debates y una curiosa obsesión que pareciera no saber distinguir entre un simple juego y la seriedad que, en teoría, solo deberían tener temas de transcendencia social y moral. Pero tal vez cualquier persona podría notar que este juego está atenido a factores del azar y a la singularidad de sus protagonistas, que los hinchas de una selección nacional no saben reconocer cuando suponen que toda victoria o toda derrota de un seleccionado nacional, pone en riesgo los logros y las satisfacciones de los habitantes de un país. Algunos, menos entusiastas del deporte rey, podrían incluso afirmar sobre esto, que la estupidez colectiva, aunque necesaria para las pasiones más mediatas, no tiene límites.

Pero lo que quiero resaltar en este escrito, además de confesarme como un fan del fútbol, es que el amor desmedido a toda selección nacional y a todo juego, podría ser el resultado de una percepción alterada, que aunque sea inevitable, no deja de distorsionar nuestros juicios más apasionados y exhaustivos. Bien resaltaba el antropólogo y etólogo Desmond Morris, que los deportes colectivos son herencias evolutivas aún fuertes en nuestros gustos y expectativas, simplemente porque son sustitutos de nuestro arcaico instinto de caza, que dominó nuestra actividad social y recreativa por más de 400 mil años. Es así como el fútbol nos une, sí, pero no como las sociedades modernas a las que podríamos aspirar ser, más conscientes, más correctas y más inteligentes. El fútbol parece ser más bien una efervescencia, una inspiración inconsciente que solo quiere ver cumplidas nuestras expectativas más simples, de victoria y realización de movimientos y destrezas, en una caza simbólica, que seamos sinceros, a veces resulta de lo más espuria: Con el objetivo final de ganar un partido, o desplegar jugadas de la más simple estrategia y habilidad, logradas a su máximo nivel por jóvenes en sus veintes, que dotados de una virtud tal vez sobre valorada, se entregan, con toda justificación, a buscar la gloria y el dinero que solo un deporte de masas les puede entregar.
Además, quisiera resaltar, que es curioso que la victoria de un seleccionado nacional sea vista como la victoria de un país, cuando las victorias, por ejemplo, de la selección nacional, no significan en lo más mínimo retribución alguna para el Estado colombiano. Por el contrario, la selección colombiana es una empresa privada, que ni siquiera genera ingresos para los equipos nacionales, siendo que los pases de sus jugadores son propiedad de empresas internacionales, de las que la economía de este país ve poco o nada de dinero. Ni qué decir de los estadios colombianos, que solo reciben la visita esporádica de sus propias estrellas. El fútbol que celebramos con nuestra selección, es una empresa de particulares, que en teoría representa un bien público. Pero es un negocio, inevitable, por las herencias más primitivas de nuestro instinto combativo y de competencia, que más que representarnos como ciudadanos, nos representa como espectadores obsesivos y triunfalistas, identificados con las acciones de algunos jugadores, en los cuales, por momentos, depositamos todas nuestras esperanzas de victoria, justicia y revancha, aunque no sepamos con precisión el porqué de ello.

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