Crisis del voto de opinión

Por en diciembre 16, 2013

Por Juan Francisco Muñoz Olano.

Qué tan capaces somos de saber reflejar la realidad política, institucional y económica como es, sin distorsionarla, sin acomodarla a nuestros juicios habituales, es una pregunta que vale la pena hacerse. Comprender, por ejemplo, el curso de la corrupción en la vida política, requeriría de un estudio constante, de una medición continua, que demanda aunar esfuerzos por parte de investigadores, autoridades legales, instituciones administrativas, ciudadanía, y si, los medios de comunicación.

Sin embargo, las impresiones más cotidianas sobre qué tanta corrupción hay en el país parecen depender más del papel que juegan los medios de comunicación, que del papel de organizaciones ciudadanas constituidas, de empresas estatales, de las academias de investigación o de las autoridades legales.

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Es por de más interesante retomar un estudio realizado en el año 2012 por Juan Manuel Caicedo, Alejandro Gaviria y Javier Moreno, en la Universidad de los Andes, el cual, basado en un programa estadístico y matemático que analiza palabras y frases contenidas en los archivos de los principales medios periodísticos nacionales, ha permitido, así sea de forma indirecta, evidenciar algo del impacto que tienen los medios periodísticos para, más que reflejar una realidad de la situación política, tal vez distorsionarla. Por ejemplo, un análisis de la presencia de la palabra “corrupción” en los medios periodísticos, permitió evidenciar una tendencia al aumento de esta palabra, meses antes y después de las elecciones, pero un descenso considerable de su frecuencia durante la mayor parte de los periodos de gobierno y legislación.

La intuición es clara, los medios periodísticos (y ahora las redes sociales, también), en lugar de explicar el curso continuo y dinámico de la realidad política, se limitan solo a reflejar el estado más acuciante y mediático de los temas de mayor trascendencia social. Y al hacer esto, terminan por distorsionar cualquier juicio que trate de apelar más a las evidencias que a las tendencias de opinión, tan características de ciertos momentos y ciertas contingencias.

Considero que el voto de opinión, ese que tiene más peso en una ciudad como Bogotá, que en un municipio como Riohacha o en un departamento como el Putumayo, ha sido tal vez el más influenciado por estos mecanismos colectivos de distorsión de la realidad política. Por ejemplo, en Bogotá, los ciudadanos han afrontado, en las dos últimas alcaldías, la gran paradoja de elegir candidatos, basándose en un juicio democrático, para terminarse viendo divididos ante las evidencias más contrastantes. Los electores de Samuel Moreno votaron por él esperando una Bogotá más equitativa, y se terminaron por encontrar con una administración que puso en práctica uno de los más sofisticados sistemas de corrupción protagonizados por una alcaldía. Creyendo haber aprendido su lección, los electores depositaron su confianza en Gustavo Petro, adalid de la lucha contra las mafias del paramilitarismo y la corrupción estatal, pero terminaron encontrándose con una alcaldía con serios cuestionamientos en los niveles legal, administrativo y político.

Aunque tales cuestionamientos tienen en una encrucijada a la opinión pública, por cuenta de las sanciones impuestas por la Procuraduría, es innegable que los reparos a la forma de gobernar de Gustavo Petro no solo son provenientes de una supuesta coalición ideológica contraria a su visión de ciudad y de país, sino que se hicieron presentes también en los escenarios más objetivos, como fue el caso de las denuncias hechas por múltiples concejales y por la misma veeduría distrital, haciendo uso de serios criterios legales y técnicos.

Por las razones previamente expuestas, es importante considerar lo siguiente: Si el voto comprado e interesado suele ser cooptado por claras estrategias clientelistas, el voto de opinión enfrenta tal vez una dificultad mayor; basarse en fuentes de información, que inevitablemente, no logran reflejar la realidad, sino más bien distorsionarla, con simples fines de entretenimiento moral.

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