Clama al cielo

Por en septiembre 24, 2014

Por Gloria Cepeda Vargas

La historia del carpintero Ariel Josué Martínez debería haber provocado una protesta masiva. Una voz unánime en nosotros, los colombianos que a fuerza de injusticias inveteradas y mediante maullidos gatunos o relampagueos cruentos, asistimos a este circo romano sin decir una palabra.

PUBLICIDAD

¿Cómo así que los Estados Unidos pueden hacer con los ciudadanos de esta colonia bananera lo que les dé la gana en nombre de una extradición leonina, abusiva y vergonzosa? ¿En qué condiciones se firmó el cojitranco documento que confirma lo empantanados y genuflexos que estamos ante lo irracional de esta situación? ¿Quién propuso este juego donde mueve las fichas uno solo de los participantes? ¿Por qué no se consultó e informó al pueblo acerca de este tire y afloje donde se zarandean, hasta destruirlas después de silenciosa agonía, su vida y la de su familia? La patria boba no es solo historia. Seguimos deslumbrados con los espejitos del cuento, cediendo al mono ojiazul y fachendoso, desde el canal de Panamá hasta la porción de dignidad que nos correspondió en el reparto.

Ariel Josué Martínez, carpintero por necesidad y víctima de asesinato y desplazamiento familiares, con ochocientos mil pesos de ingreso mensual, esposa y dos hijas pequeñas, fue capturado el 18 de marzo pasado en su lugar de trabajo con ostentoso operativo, armas y aullidos castrenses. -Es decir, la parafernalia que suele acompañar estos espectáculos- acusado de pertenecer a una peligrosa banda de narcotraficantes. Llovieron incriminaciones como la de lavado de activos sobre su inocente cabeza. ¿Sabrá Ariel Josué lo que significa lavar activos? ¿La difícil adquisición de alimentos, vestuario y demás elementos de primera necesidad, le dejarán tiempo para preguntarse qué extraviada semántica nutre el significado de sus criminales actividades? ¿En qué lugar de su principesca vivienda, entre caletas, túneles y computadores de última generación, desafiará a las todopoderosas fuerzas de la ley, el protervo Ariel Josué Martínez?

Silencio en la noche, en la terrible y cerrada noche de Colombia. En las carniceras selvas de Colombia donde compatriotas de todos los colores se pudren ante la indiferencia de esta sociedad que hizo del delito una costumbre y de los tribunales de justicia una farsa.

Es como para llorar. Aquí, donde los delincuentes de cuello blanco, alegando discutibles faltas de garantía, huyen de la justicia; donde se ferian sin pudor conciencias y derechos, donde el que tenga ojos para ver y oídos para oír, desconfía hasta de la salida del sol, los legisladores y ejecutivos, tan doctos y cara duras, tan arrellanados y buena vida, tan temerosos como nuestros antepasados indios y negros, aprueban, sin que les tiemble la voz, la sentencia fatal de un ciudadano que no sabe ni siquiera por qué sucede lo que sucede. ¿Es que los tribunales colombianos no se informan antes de proceder? ¿Nuestro complejo de inferioridad, nuestro síndrome de esclavitud, nuestros tatuajes ancestrales calan tan hondo que arrasan hasta con el más elemental concepto de patria? ¿Para qué sirven al ciudadano del común tanta invocación constitucional, tanto profesional de toga, tanto ciudadano poderoso y rico solo en dinero?

Este drama descubre la verdadera cara de lo que somos. Y los tribunales, los jueces, los ciudadanos que se dicen honestos, las damas y los caballeros que no se bajan de sus enanas expectativas, ¿por dónde andan? ¿Qué se hizo lo rescatable de las enseñanzas recibidas, los moralistas y catedráticos? Deben ir por ahí, tan extraviados como las preguntas que se hace Ariel Josué cepillando y cortando madera, mientras sigue por sus exclusivos canales, la ruta del último alijo, enviado por él desde este país lleno hasta reventar de palabras rimbombantes y tan escaso de moral y sentido del ridículo.

columna publicada en la edición impresa del 19 de septiembre de 2014

You must be logged in to post a comment Login

Leave a Reply