Historia de un fracaso anunciado

Por en agosto 14, 2013

Por Gloria Cepeda Vargas

“Él era el muro de contención para muchas de estas ideas locas que se nos ocurren a nosotros”, dice Diosdado Cabello refiriéndose al presidente venezolano recientemente fallecido. Asombra esta demostración de infantilismo e irresponsabilidad. En solo catorce años de acuciosa labor depredadora, Hugo Chávez redujo a polvo uno de los países más prometedores de América Latina, hazaña nunca vista en la sarta de demencias presidenciales que ensombrecen su historia.

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Chávez ascendió desde las medianías económicas de una familia llanera de bajo perfil, hasta la cima más alta del poder en el mundo. El éxito de su carrera política se debió a su habilidad para mantenerse en la línea que separa los territorios juiciosamente adjudicados por la naturaleza al humano y al animal. Híbrido irracional y al mismo tiempo lúcido, su olfato limpiamente primitivo, le permitía detectar el peligro y conjurarlo a tiempo. Para el logro de sus intereses existió solo la fuerza del instinto matizado con abundantes dosis de histrionismo y mitomanía. Su carisma, control mediático, influencia creciente sobre algunos pueblos latinoamericanos, poderío económico y enfrentamiento constante con los Estados Unidos, lo convirtieron en un ídolo imposible de vencer en las urnas.

Vinculado por más de veinte años a la historia política de su país, la primera etapa de su vida está marcada por dos fracasadas intentonas golpistas contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Luego vendrían la cárcel y el indulto para culminar en 1998 con su elección presidencial en un ambiente de palpable descontento popular.

1999: inicio de su segundo período vital, nueva constitución implementada con consulta y anuencia populares; 2000: megaelecciones y victoria chavista; 2004: triunfo sobre el Referendo Revocatorio; 2006: éxito en las elecciones presidenciales donde compite con Manuel Rosales; 2007: primer revés político encarnado en la propuesta de una reforma constitucional no aceptada por el pueblo; 2009: en desconocimiento de la voluntad popular, inédita enmienda constitucional contentiva de una peregrina Ley Habilitante que aprueba la reelección presidencial indefinida; 2012: por tercera vez, triunfo en las elecciones presidenciales con Henrique Capriles como contendor; fecha y lugar desconocidos: fallece víctima de un cáncer terminal.

Mediante insólita decisión, Chávez designa como sucesor a Nicolás Maduro. Su apresurada y a todas luces írrita ceremonia de juramentación, le quitaría el sueño a cualquiera. El ungido hereda el único país suramericano fuera de foco: graves enfrentamientos internacionales, inestabilidad económica, desabastecimiento de insumos de primera necesidad, inflación elevadísima, incontrolable déficit fiscal, corrupción gubernamental a niveles extremos y sobre todo un pueblo polarizado hasta los tuétanos y por ende incapaz de enfrentar unido los graves retos del futuro. Un lenguaje que destila odio y veneno cruza de una a otra orilla poniendo en evidencia lo letal de esta polarización fratricida.

Maduro no alcanza a percibir lo grave del momento. Carente hasta de esa campanada que orientó al homo sapiens en los despeñaderos protohistóricos, se limita a seguir la estela de un barco que timoneado por Hugo Chávez, empezó a hacer agua el 2 de febrero de 1999.

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